• Ha muerto el joven Toni Negri, con 90 años cargados de fuerza y optimismo pese a haber sufrido la cruel represión del Estado, y nos deja un ejemplo de pensamiento y acción.Negri Invi (1)

[Publicado originalmente en elDiario.es]. Toni Negri, que murió a los noventa años el pasado 16 de diciembre, era, sobre todo, una excusa, nuestra excusa para no caer nunca en el desánimo. Fue sin lugar a dudas uno de los pensadores más brillantes de la segunda mitad del siglo XX, uno de esos comunistas heterodoxos que en Italia rozaron la verdadera revolución durante la década que inauguró el 68 y que las cloacas del Estado, con el PCI en papel destacado, sofocaron con una represión salvaje, crudelísima y estremecedora: decenas miles de encarcelados, masas de exiliados, leyes especiales, recortes de libertades…

Las Brigadas Rojas y el asesinato del primer ministro Aldo Moro habían dado el pretexto perfecto para el autoritarismo contra todo movimiento disidente. En medio de todo ello, al deslumbrante profesor Negri, el catedrático más joven de Doctrina del Estado de la Universidad de Padua y fundador de la organización Potere Operario, se le fabrica una acusación fantasiosa y es erigido en el “cattivo maestro”. Solo la fuga y el exilio en Francia, después de cuatro años de cárcel, le libraron de una cadena perpetúa. En 1997 volvió a Italia para cumplir una condena pactada con la Fiscalía y llamar la atención sobre tantos compañeros en su misma situación.

Negri, a fin de cuentas, fue también, en primer lugar, un militante. Quizás mejor que nadie de su generación encarnó algo que va mucho más allá de la figura del intelectual de izquierdas, o comprometido, o como se quiera llamar ahora: en su persona el pensamiento y la acción eran una misma cosa. A ese respecto, los dos primeros volúmenes de su autobiografía, que en español ya tienen publicados Traficantes de Sueños, resultan paradigmáticos.

A principios de este siglo, la obra Imperio, escrita junto a Michael Hardt, le convirtió en una referencia mundial para el movimiento de la autonomía política, de la antiglobalización, como se decía por entonces. El nuevo orden mundial carecía de ese centro característico del imperialismo propio de los Estados-nación. Ahora su mando se expresaba en una mezcla de poderes más difusos, un biopoder que, a su vez, generaba una nueva resistencia biopolítica (en lo que supone un giro al concepto de Foucault). El sujeto de esa resistencia es la “multitud”, feliz término que recupera de su querido Spinoza y con el que supera la homogenización consustancial al de “pueblo”, tan caro al comunismo ortodoxo.

Si al ‘cattivo maestro’, con la edad de nuestros abuelos y toda la represión de un Estado a sus espaldas, jamás le arrastraba la desesperanza, ¿cómo nos lo íbamos a permitir nosotras?

Para entonces yo era un joven entusiasta que participaba en el Colectivo Zapatista de Granada, que simplemente trataba de traducir, como repetíamos en esa época, las prácticas chiapanecas a nuestra realidad. Cuando caíamos en el desánimo siempre había alguien que pedía un poco de “optimismo negrista”. Si al cattivo maestro, con la edad de nuestros abuelos y toda la represión de un Estado a sus espaldas, jamás le arrastraba la desesperanza, ¿cómo nos lo íbamos a permitir nosotras? Y es que, más allá de su pensamiento y su práctica, tal vez la mayor fascinación que haya ejercido en mí sea su irredento vitalismo.

Lo pude comprobar de primera mano hace unos pocos años, cuando vino a La Invisible de Málaga para presentar el primer tomo de la traducción de sus memorias y al día siguiente, en un encuentro más íntimo con algunos compañeros, pudimos debatir con él y Judith Revel. Esa manera de encontrase con los otros es lo que querría destacar hoy aquí, más que sus análisis, sus libros, su militancia, su increíble biografía, su ejemplo, sus contradicciones.

Con ochenta y cinco años, Toni Negri viajó a Málaga, se juntó con todos nosotros en un centro ocupado de gestión ciudadana, se alojó en casa de un compañero, fue, como siempre, uno más. Seguía igual de enfático, con las mismas ganas de aprender que antaño, si no mayores, porque ahora la gran parte de sus compañeros eran mucho más jóvenes. Se diría que pretendía absorber siempre todo lo que pudiera de ellos, de nosotros, como si él no fuera el maestro. En realidad, no lo era. Era, sí, uno más, con ochenta y cinco años era uno más, la excusa viviente para no caer jamás en el desánimo. Ni siquiera ahora, en su muerte. Como dijo un compañero en redes, Toni Negri, RIP (Rest In Power).