Mi cuestión personal con Kenzaburo Oé

  • KH (1)La semana pasada llegó la noticia de que el día 3 había muerto quien quizás sea el escritor que mejor supo redefinir el existencialismo.

[Publicado originalmente en elDiario.es]. Tres décadas antes de que a Kenzaburo Oé le concedieran el Premio Nobel, y cuando no había cumplido los treinta años, publicaba Una cuestión personal, la que para muchos sigue siendo su obra maestra. Seguramente lleva razón el escritor Gonzalo Torné cuando la califica como “la mejor novela existencialista jamás escrita”, pero también cuando añade que “no condensa la amplitud de los poderes literarios de Oé”.

Ni siquiera Yukio Mishima, la gran figura de la cultura nipona en la época, lo dudó: Oé llegaría más lejos que él, aunque, a su juicio, y ya que hablamos de novelas existenciales, a Mishima le sobraba el final de Una cuestión personal. Le resultaba demasiado edulcorado, fuera de tono, de pronto encajado a la fuerza en el molde de los valores convencionales, cuando precisamente toda la obra transpira amoralidad.

Oé publicó esa novela en 1963, después de que naciera su hijo Hikari, al que se planteó dejar morir de inanición. Así, sin más. De hecho, eso es exactamente lo que trató de hacer en los primeros días de vida de Hikari. No soportaba la deformidad de su cráneo (una hidrocefalia con diagnóstico de autismo, por demás). Sin embargo, mientras se documentaba para un reportaje sobre las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, entrevistó a un doctor que llevaba años tratando a pacientes con secuelas de la radiación o nacidos con malformaciones provocadas por ella. Ese doctor le convenció para que no dejara morir a su hijo. Es el proceso que aborda Una cuestión personal.

 

A mí Oé me obsesionó durante una época muy larga, y le di muchas vueltas hasta entender ese empecinamiento. Yo quería viajar a Japón, quería conocer el valle donde estaba la aldea en la que nació, quería entrevistarlo como fuera

Años después de la publicación de la novela, Oé intentaba desentrañar algunas claves de su infancia, transcurrida en una minúscula aldea, hoy desaparecida, de la isla de Shikoku. Comenzó a cartearse con un amigo de la época, ahora preso por lo que parecía un asesinato machista. En una de esas cartas, ese antiguo amigo le viene a decir que Mishima llevaba razón, pero no hacía falta reescribir ni eliminar el final. Bastaba con suprimir unas cuantas frases muy concretas, que él mismo le señalaba, de los últimos párrafos. El resultado, sin lugar a dudas, era todo un hallazgo. El final se convertía con esos mínimos arreglos en la gélida punzada que durante toda la novela te atravesaba de manera tan incómoda. Era, en efecto, mucho más coherente con el tono y la historia de toda la novela. Y aun así, Oé, que no dudaba en reelaborar sus propios escritos, jamás ha cambiado una coma de Una cuestión personal.

A mí Oé me obsesionó durante una época muy larga, y le di muchas vueltas hasta entender ese empecinamiento. Yo quería viajar a Japón, quería conocer el valle donde estaba la aldea en la que nació, quería entrevistarlo como fuera. Lo quería saber todo de él. Y por suerte, el diario El País dio en entregas una correspondencia pública entre él y Vargas Llosa, que aún guardo recortada en alguna de sus novelas. Me descargué conferencias que había pronunciado en universidades de Estados Unidos, me leí sus crónicas, entrevistas, escritos más personales.

Descubrí que su hijo fue operado, pero que eso no le libró de una discapacidad visual permanente, retraso en el desarrollo, epilepsia y limitaciones físicas. Eso sí, gozaba de un oído excepcional e imitaba los cantos de los pájaros con precisión inaudita. Sus padres le hacían escuchar grabaciones de cantos de pájaros y luego el niño los reconocía e imitaba en los paseos por el bosque. Pero llegó un día en que Hikari, subido a los hombros de su padre, cuando reconoció uno de esos cantos, no se limitó a imitarlo. Nombró en voz alta la especie del pájaro. «Ruiseñor» fue su primera palabra. Por un momento Oé no supo qué hacer. Se quedó paralizado. Nunca antes había salido una sola palabra de la boca de su hijo. Entonces decidió continuar como si nada, comportarse de manera natural y seguir con el paseo. Ahora yo creo que entiendo por qué Oé nunca quiso cambiar el final de Una cuestión personal.

 

Sin truculencias ni efectismo, sin tremendismo impostados, Oé nos hace gozar y descubrirnos como seres humanos harto complejos

Ese final almibarado es en realidad una trampa, pues expresa lo contrario de lo que la literalidad de sus palabras podría hacernos creer. La novela es la lucha de un hombre joven contra la moral de su época. De ese modo, el tono optimista y de aceptación de ese final encierra una claudicación, una derrota en toda regla: asumir la moral que ha negado durante toda la obra, lo que le convierte en un hombre adocenado. La paradoja es terrible: abrazar el camino de la supuesta felicidad supone una renuncia. Ni Dostoyesky llegaba a eso.

Algo de todo ello se puede entresacar de las que, estas sí, constituyen su díptico maestro: las novelas El grito silencioso y Cartas a los años de la nostalgia, escritas con treinta años de diferencia, y en donde la una reelabora o niega pasajes de la otra. Son crudas, oscuras, desoladoras, hipnóticas, lo que solo aumenta el misterio en torno a la prosa de Oé: cómo convierte todo eso en una lectura luminosa, alumbradora, casi feliz, diría. Cómo es posible que nos haga transitar por las ponzoñas y tinieblas de nuestra condición para después salir agradecidos. Sin truculencias ni efectismo, sin tremendismo impostados, Oé nos hace gozar y descubrirnos como seres humanos harto complejos. Lo he leído a fondo, y aún no puedo decir cómo lo consigue, pero sí que eso es precisamente lo que le convierte en uno de los mayores escritores del siglo XX.

Insisto: son lecturas luminosas, todo un milagro. De hecho, Hikari Oé es hoy día un notable compositor de música clásica. Quiero pensar que nos dejará el consuelo de componer una de sus piezas más hermosas en memoria de su padre, que el pasado día 3 murió, aunque la noticia solo llegó hace unos días. Únicamente espero que también me haga salir feliz y agradecido de visitar las peores profundidades.

8M: gracias por todo

  • Cuando miro mi primera juventud constato cómo asumíamos de modo acrítico el patriarcado y cómo el feminismo ha supuesto el mayor revulsivo en mi subjetividad.

8m málaga (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. Hace unos días reparé en que mi próxima columna, esta que ahora leen, saldría publicada el 8 de marzo, y de repente me quedé bloqueado. Sabemos ya que el Gobierno renuncia a derogar la Ley Mordaza, que el gravísimo problema de la vivienda en España (100 desahucios al día) no va a merecer una profunda revisión legislativa, que cuando termine de escribir esta columna un trabajador habrá muerto por accidente laboral, que los últimos casos de corrupción vuelven a recordarnos eso de que “PP-PSOE la misma mierda es” y que, con elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina, la izquierda no ofrece nada convincente. Son todos asuntos que en estos últimos días han estado de actualidad, y que me rondaban de una u otra manera. Pero este miércoles es 8M, y de pronto todo ello perdía sentido.

Desde que soy adulto, sin duda alguna el feminismo ha supuesto el mayor revulsivo en mi subjetividad. Soy otra persona, creo que mejor, gracias a las compañeras con las que llevo tantos años de práctica social. Ahora, cuando uno mira su adolescencia y primera juventud, se sorprende casi de manera desagradable al constatar lo imbécil que era, o que éramos, y cómo asumíamos de modo acrítico el patriarcado, cómo nos empapaba en nuestra vida cotidiana, cómo eso que llamamos micromachismos vertebraba nuestras relaciones sociales hasta la náusea. ¡Si aún ahora nos cuesta detectarlos!

 

Hoy, cuando veo a mis sobrinas y sobrinos crecer, me doy cuenta de que ya llevan recorrido gran parte del camino que en mi generación nos costó empezar a tantos hombres

En realidad, más allá de leyes y cuestiones estructurales, todas ellas logros del movimiento feminista, es precisamente en esa cotidianidad, en aquello de que lo personal es político, desde donde uno más agradecido se siente por todo este aprendizaje, por esta lucha paciente, constante de las compañeras. Haber presenciado lo que las feministas, y sobre todo las más jóvenes, hicieron en 2018, supone para mí uno de esos hitos, como lo fue el 15M, que nunca olvidaré.

Hoy, cuando veo a mis sobrinas y sobrinos crecer, me doy cuenta de que ya llevan recorrido gran parte del camino que en mi generación nos costó empezar a tantos hombres. Y de nuevo me siento agradecido a las compañeras y amigas. Sé que la contrarrevolución machista que acosa a las más jóvenes se va a encontrar con un muro sólido, lo que no significa que no falten más y más ladrillos que erigir.

 
 

Otro día para constatar por qué el feminismo nos hace mejores, por qué es una práctica que de manera consciente intentamos llevar a cabo en la esperanza de que algún día esté tan interiorizada en quienes vienen detrás como ahora el patriarcado

Son muchas las cuestiones acerca del momento actual del feminismo sobre las que tengo distintas opiniones, y en algunos casos las he dejado por escrito. Me duelen las divisiones interesadas, que a mi modo de ver solo esconden ansias de poder, inmovilismo, tapones generacionales, clasismo y transfobia, casi siempre provenientes de los mismos sectores adscritos a la izquierda más rancia (en ocasiones con meteduras de pata tan burdas como el ya viral cartel del PCE para este 8M). Sin embargo, todo lo que yo pueda decir este miércoles a ese respecto sobra. Es una jornada de celebración y lucha, de toma de calles y alegrías. Otro día para constatar por qué el feminismo nos hace mejores, por qué es una práctica que de manera consciente intentamos llevar a cabo en la esperanza de que algún día, más pronto que tarde, esté tan interiorizada en quienes vienen detrás como ahora el patriarcado. Déjenme soñar, que hoy es el día.

Gracias por todo.

Luis Planas: ministro de alimentación basura

0a3d3c2b-29cf-4c21-ad41-825baf0e05ce_16-9-aspect-ratio_default_0 (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. Un niño obeso es un adulto enfermo, y la obesidad infantil supone ya una epidemia en buena parte de los países ricos. Hablamos de obesidad infantil causada por malos hábitos, tanto en la actividad (o inactividad) física como, sobre todo, en la alimentación. O afinemos más, malos hábitos… inducidos. De hecho, el sector de la alimentación basura (todos esos “alimentos” ultraprocesados y bebidas cargadas de azúcar) lo sabe tan bien que, entre 2014 y 2018, pasó de invertir en publicidad 32 millones de euros a más de 53. De ese modo, una niña o un niño español recibe al mes más de 1.000 impactos publicitarios de este tipo. El resultado: 40% de niñas y niños en España con sobrepeso u obesidad (cuarto país en Europa), especialmente en los ámbitos de menor renta.

A la industria no se le escapa que, a esas edades y con menos herramientas culturales, somos aún muy manipulables, de modo que el negocio está asegurado… Al menos mientras el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, siga empeñado en boicotear todas las iniciativas del de Consumo, Alberto Garzón, quien, por otro lado, solo sigue las directrices que el propio Gobierno se marcó como firmante de la Declaración de Viena sobre nutrición.

Lo que ha pedido Luis Planas a la industria es buena voluntad y autocontrol, porque él, a pesar de ser ministro, asegura que repudia los «métodos prescriptivos». Y ni siquiera le ha dado la risa

¿Se imaginan a Calviño, con todo lo que es ella, pidiendo a los bancos que actúen de buena voluntad? ¿Pidiéndoles que, si no es molestia, dejen de desahuciar a 100 familias cada día? ¿Que si nos suben las hipotecas sin sonrojo, al menos tengan la decencia de no aumentarse los sueldos ni presentar públicamente beneficios de récord? Y que se lo pida de buen rollo, claro. A fin de cuentas, lo que de verdad está feo es exigir o regular. Bueno, eso es lo que ha pedido Luis Planas a la industria: buena voluntad y autocontrol, porque él, a pesar de ser ministro, asegura que repudia los “métodos prescriptivos”. Y ni siquiera le ha dado la risa.

Sus declaraciones vienen cuando, en consonancia con los supuestos objetivos del Gobierno (que en realidad Sánchez echó por tierra con su “chuletón al punto” imbatible), Garzón anunció la intención de prohibir la publicidad de los helados. Para que nos hagamos una idea, Nestlé reconoció hace bien poco que el 99% de sus helados no son saludables “ni lo serán nunca”. Ese es el tipo de industria al que Planas le pide que “cada uno asuma su responsabilidad”.

Cabe la posibilidad de que Planas no se haya enterado de que en el Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil de su Gobierno se prescribe, aunque ese término no le guste, “restringir el marketing dirigido a la infancia”. Es más, precisamente el decreto que prevé el Ministerio de Consumo forma parte del Plan legislativo del Ejecutivo. Con esa laxitud, no es de extrañar que la industria de la comida basura se sienta legitimada para incumplir, en un 88% (son datos de hace una década), el Código de autorregulación, eso que tanto le gusta a Planas.

Para que Planas no sufra y se ponga prescriptivo con el pobre sector, se me ocurre una idea mejor que la de pedir autorregulación. Que sean los niños y niñas, ya que al fin y al cabo se zampan sin recato los bollos industriales, quienes se corten un poco.

Todo se reduce a que Planas se toma su cargo como una defensa patronal del sector, cuando, para empezar, debería escuchar mejor a los ganaderos extensivos, que parece que le dan un poco de tirria.

¿Obesidad infantil por malos hábitos inducidos? Veamos: enfermedades asociadas antes a adultos, como la diabetes tipo II, factor de riesgo para desarrollar en la edad adulta una docena de tumores, infartos, cardiopatías, alteraciones metabólicas, deterioro cognitivo y enfermedades de salud mental, problemas en los huesos, respiratorios (incluida apnea del sueño), reducción de la esperanza de vida, etc.

Para que Luis Planas no sufra y se ponga prescriptivo con el pobre sector, se me ocurre una idea mucho mejor que la de pedirle autorregulación y buena voluntad. Que sean los propios niños y niñas, ya que al fin y al cabo se zampan sin recato los bollos industriales, quienes se corten un poco. Como diría Pedro Sánchez, una idea imbatible.

Me gustan los Goya y voy con ‘El agua’

  • Que este año ha sido excepcional para el cine español también se nota en la categoría Dirección novel, donde ‘El agua’ destaca como un inteligente alegato político en el que lo real y lo sobrenatural se entreveran sin sobresaltos.El agua (1)

[Publicado originalmente en elDiario.es]. En casa nos gusta ver los Goya, somos así de raros. Cada año hacemos apuestas para las categorías principales y es verdad que, en esta edición, como se ha repetido, coincidimos en que llevarse Mejor película va a estar muy reñido. Mi favorita es Alcarrás, pero no me disgustaré en absoluto si este sábado se alzan con el premio Modelo 77 (que debería llevarse Mejor actor a Javier Gutiérrez) o As bestas, la favorita de mi pareja (y que debería llevarse sin discusión Mejor actor de reparto a Luis Zahera, aunque no entiendo por qué no figura como actor principal). Supongo que entre estas tres se repartirán Mejor película, Mejor dirección y Mejor guion original.

Con todo, la categoría que quizás más nos gusta es la de Dirección novel y, en esa sí, este año coincidimos sin fisuras. No habíamos llegado a tiempo para ver en cines El agua, pero por fin ya está en plataformas. El debut en el largometraje de Elena López Riera supone, como dijo en este mismo medio Javier Zurro, uno de los “más fascinantes del cine español reciente y una de las películas más diferentes de este gran año del cine español”.

A mí me atraen mucho esos autores, tanto en literatura como en cine, que saben mezclar con naturalidad el realismo con la fantasía. Lo hacía Saramago mejor que nadie o, de manera más reciente, novelistas como el cordobés Peréz de Azústre en Los nadadores. Si mencionamos clásicos contemporáneos, la película Olvídate de mí, con guion de Charlie Kaufman, sería otro ejemplo reconocible. En esa línea, se ha dicho que López Riera lleva a cabo un ejercicio de realismo mágico en la Vega Baja del Segura, lo que a mi modo de ver no es del todo cierto (aquí lo fantástico no es tanto una presencia tangible como un trasfondo oral y misterioso).

 

En ambas películas el mundo, con su realidad y su componente sobrenatural, queda encerrado, para trascenderlo, en las pocas calles de esos pueblos que, cuando salen en nuestras ficciones, lo hacen desde el costumbrismo o la nostalgia

El agua es, por un lado, realismo crudo, casi documental. Transcurre durante un verano cruel en una pedanía de Orihuela en el que un grupo de adolescentes no tiene mayores expectativas que las largas noches de pandilla y drogas antes de volver al tajo el lunes. Sin embargo, por otro lado, El agua es también las leyendas y consejas de la zona que, con acierto y por su propio empecinamiento, la directora intercala con testimonios reales de varias mujeres. De esa manera, el agua se transforma en un personaje más de la película, que poco a poco se acaba extendiendo por toda la historia. Fluye, si me permiten el juego fácil, para que al final todo desemboque de manera creíble, y realidad y consejas den forma a lo que, en suma, nos define: lo que somos, pero también lo que nos dicen que somos.

 

De ese modo, López Riera configura un relato de naturaleza profundamente política, en el que no ahondaré para no desvelar detalles de la trama, pero en el que entran en juego el patriarcado, las relaciones de poder en sentido amplio (la familia, la pareja, la maternidad, la comunidad, etc.) y los últimos manotazos de unos chicos que se abocan definitivamente a la edad adulta. El reto, en esa suerte de realismo sin concesiones y fantasía arraigada, pasa igualmente por reunir a un elenco creíble. Cabe resaltar que el grupo de chavales, buscados por el equipo de la película en los botellones de la zona, lo borda, y no solo su protagonista, Luna Pamiés, tan bien acompañada por el igualmente novel Alberto Olmo.

El agua me ha recordado a otro debut de hace un par de años, también escrito y dirigido por una mujer: Destello bravío, la originalísima y poco convencional cinta con la que Ainhoa Rodríguez fue recogiendo premios y en la que transita por algunos paisajes temáticos, y formales, más o menos similares. En ambas películas, además, el mundo, con su realidad y su componente sobrenatural, queda encerrado, para trascenderlo, en las pocas calles de esos pueblos que, cuando salen en nuestras ficciones, lo hacen desde el costumbrismo, la nostalgia o el feísmo y el tremendismo. Nada de eso ocurre aquí, y yo confío en que, sin desmerecer a sus contrincantes, el jurado de los Goya premie el pulso sereno, pero potente y arrebatador, de una película que presagia una mirada diferente.

Ucrania y el régimen de guerra

  • El ensayo ‘Esta guerra no termina en Ucrania’, de Raúl Sánchez Cedillo, analiza cómo el “régimen de guerra” echa por tierra las políticas de “éxodo” que deberían guiar a la izquierda

esta_guerra_no_termina (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. La lógica de guerra en la que ha entrado la Unión Europea, con la Comisión Europea convertida en “un centro de mando y coordinación político-militar”, supone una transformación histórica de la que quizás no seamos conscientes del todo. No en vano, ha sucedido en el breve lapso de un año, el que está a punto de cumplirse desde que Rusia iniciara la invasión de Ucrania. El entrecomillado pertenece a una cita del extraordinario ensayo Esta guerra no termina en Ucrania, de Raúl Sánchez Cedillo (Katakrak, 2022), quizás al analista más riguroso en esta coyuntura, y desde luego quien mejor ha sabido explicar las trampas del discurso casi único en el que se sustenta este nuevo régimen, el “régimen de guerra”.

A menudo se trae a colación la sentencia de Clausewitz, ya casi tópica, de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Hoy parece que, más bien, es la única política posible, en tanto que ese régimen, esa nueva lógica, acaba determinando todo campo de acción: presupuestos y normas fiscales, relaciones exteriores, legislaciones, bloques políticos, debates parlamentarios, pautas mediáticas. A caballo del “tigre belicista”, se crean bandos que, si no fuera por la terrible tragedia que presenciamos, resultarían irrisorios, sobre todo cuando se intenta comparar el conflicto actual con la Segunda Guerra Mundial, incluso con asertos tan extemporáneos como comparar a Zelenski y Putin con Hitler y Stalin, a veces de manera intercambiable.

Si Ucrania es el país más pobre de Europa se debe a que, desde inicios de siglo XX, «ha sido devastada por el capitalismo, la guerra, el fascismo, el antisemitismo, el estalinismo y la energía nuclear»

En realidad, como bien demuestra Sánchez Cedillo, esta invasión tiene un correlato más exacto en la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, si Ucrania es el país más pobre de Europa se debe a que, desde inicios de siglo XX, “ha sido devastada por el capitalismo, la guerra, el fascismo, el antisemitismo, el estalinismo y la energía nuclear”. Hoy, el régimen de guerra permite que, tanto en un bando como en otro, el esfuerzo bélico se sostenga en una “tramoya neoliberal, racista, xenófoba, misógina y LGTBIQ+fóbica”. Ahí tenemos el recorte de derechos laborales que Zelenski está implantando por la puerta de atrás, el reclutamiento forzoso de los hombres ucranianos de entre 16 y 60 años, con toda esa lógica de masculinidad guerrera, y la complicidad de la Unión Europea, que se niega a reconocer como asilados políticos a los desertores de ambos bandos. Sánchez Cedillo llega incluso a afirmar que vivimos “en la creencia de la omnipotencia del Estado-guerra, en el fanatismo fascista del destino racial o civilizatorio, y en el ser-para-la-muerte como verdadera posibilidad humana”.

Los discursos de corte imperialista y cuasi milenaristas de Ursula von der Leyen, como presidenta de la Comisión Europea, sin duda van en esa dirección (“Los ucranianos están dispuestos a morir por el sueño europeo”). Apuntala así este nuevo régimen y añade, a toda esa tramoya antes mencionada, la destrucción medioambiental. De hecho, en su bucle sin salida, solo cabe la escalada armamentística. De ese modo, el envío de armas a Ucrania, y no las sanciones reales a Rusia, roza el paroxismo, pero no resulta suficiente. La OTAN se compromete a hacer llegar más y más armamento pesado. Al tiempo, Borrell, en su pomposo cargo de Alto representante para las relaciones exteriores y política de seguridad de la Unión Europea, pide que la fiesta no acabe.

Pareciera que ahora no entendemos que la paz no es solo la victoria

Buena parte de la izquierda, de pronto, se vuelve desmemoriada. Quedan barridas décadas hacia el “éxodo”, a la desobediencia civil, a la despenalización de la protesta, a la reconquista del derecho a huelga, a la renta más allá del chantaje del trabajo asalariado, a la libertad de circulación, a la práctica legítima del contrapoder. Pareciera que ahora no entendemos que la paz no es solo la victoria, sino que debe estar vinculada a un proyecto “regional y global y de sociedad sin guerra, sin explotación de los seres humanos y de la biosfera”.

Sin embargo, muchos no olvidamos y, como recuerda Aitor Balbás en el epílogo de este libro, “en la paz, insumisión; en la guerra, deserción”.

Las migajas del PSOE

  • 43d485c5-b5b5-4d1f-b90b-695acb757153_16-9-aspect-ratio_default_0 (1)Las medidas que Unidas Podemos ha logrado incluir en el “escudo social” son migajas, así que asusta pensar qué haría el PSOE en solitario.

[Publicado originalmente en elDiario.es]. Asusta pensar de qué sería capaz el PSOE o, mejor dicho, de qué no sería capaz, sin el contrapeso que Unidas Podemos ejerce en el Gobierno. A fin de cuentas, las medidas que Unidas Podemos ha logrado arrancar al PSOE, con una negociación in extremis a final de año, son solo migajas que únicamente de manera muy pomposa cabe llamar “escudo social”.

Mientras el Gobierno sube la inversión en armamento, por otro lado reparte una vergonzante calderilla, una caridad que en nada trastoca el reparto de riqueza. Por mucho que diga lo contrario Pedro Sánchez, al final, esta crisis la estamos pagando los de siempre. Ciertamente no del mismo modo que en 2008, con alevosía, cachondeo y saqueo, pero habría que preguntarse hasta qué punto eso no es mérito de las peleas que libra Unidas Podemos, lo que no deja de suponer un magro consuelo.

En efecto, no cabe sacar pecho por las migajas que van a caer de la mesa en este 2023. ¿De verdad alguien se puede vanagloriar por la ayuda del cheque de 200 euros que puede recibir una familia entera con recursos reducidos en la que nadie perciba, por ejemplo, la miseria del Ingreso Mínimo Vital? ¿De verdad es una conquista que los contratos de alquiler de vivienda que venzan en la primera mitad de año se puedan prorrogar seis meses sin subida de precio?

Es obvio que debemos celebrar la mayor parte de las medidas que componen el «escudo social»; algunas, como el incentivo a los transportes públicos, de un valor incuestionable. Alivia que Unidas Podemos ejerza esa presión

Suena a un mal chiste. Sobre todo porque no hay visos de que, por fin, vayamos a contar con una ley digna de vivienda. De hecho, ni siquiera ha entrado en vigor, casi un año después, la que de manera tan frustrante el gobierno acabó por redactar y a la que Unidas Podemos, con toda la razón, exige algunas enmiendas. Aquí en Andalucía, y especialmente en Málaga, donde la vivienda ha experimentado el mayor encarecimiento de todo el país, sabemos de lo que hablamos.

Tampoco vamos a tener una verdadera reforma fiscal, sino esos retoques para la banca y las energéticas que, de manera increíble, solo son “excepcionales y temporales”. Eso, a pesar de que el cuento de que en España se pagan muchos impuestos ya no cuela, como demostró el CIS. Se ha llegado incluso a la paradoja de que, mientras en España los ricos pagan muchísimos menos impuestos que en nuestro entorno, y en Andalucía todavía menos, el Gobierno central decide eliminar el IVA de algunos alimentos. De ese modo pierde todavía más poder recaudatorio, un sinsentido que la propia Yolanda Díaz se ha tenido que tragar, como ha admitido. Ya experimentamos un despropósito semejante cuando el Gobierno, para aliviar la salvaje subida de la luz, rebajó el IVA de la factura, pero no tocó los beneficios de las energéticas, o solo de esa manera “excepcional y temporal” que con tanto ahínco remarcó Calviño. Ni siquiera cuando sabíamos que habían vaciado embalses, a ver si así nos exprimían más con la factura de cada mes.

Es obvio que debemos celebrar la mayor parte de las medidas que componen el “escudo social”; algunas, como el incentivo a los transportes públicos, de un valor incuestionable. Alivia que Unidas Podemos ejerza esa presión. Sin embargo, teniendo en cuenta que entramos en año electoral, no deja de alarmar que esto sea a todo lo que el Gobierno más progresista de la historia pueda llegar. Por eso resultan tan tristes las peleas por dirimir quién encabezará y con qué nombre la candidatura a la izquierda del PSOE en las próximas elecciones. El intento electoral puede revestir toda la dignidad que se quiera, pero seamos sinceros, no dejará de ser eso: la papeleta de las migajas.

Ahora sí: Sánchez nos regalará por Reyes la ley más progresista de la historia mundial

  • El desahucio por sorpresa de la septuagenaria Rosario de Madrid, en plena madrugada invernal el día de la Lotería, ha conmovido al presidente más progresista de la historia

Rosario[Publicado originalmente el 28/12/2022 en elDiario.es]. El Gobierno de España sigue decidido a demostrar por qué es el más progresista de nuestra historia. Si, tal y como publicaba hace unos días este mismo diario (https://www.eldiario.es/economia/espana-lidera-vuelco-mitos-neoliberales-union-europea_1_9812636.html), ha puesto patas arriba dos los mitos neoliberales, hoy mismo daba un paso más: la ley de vivienda que iba a entrar en vigor de manera inminente se queda en un cajón. España tendrá otra nueva ley de vivienda, mucho más ambiciosa, tanto que, por fin, acabará con los 100 desahucios diarios que de media siguen poniendo en la calle a gente como la señora Rosario, del distrito madrileño de Vallecas.

Ya saben, el pasado día 22 a esta anciana, mientras la atención mediática se centraba en el sorteo de Lotería de Navidad, le tocó el gordo. Gracias a una estrategia novedosa, el juzgado adelantó por la puerta de atrás su desahucio, previsto para el mes de enero, sin tiempo para que se enterara su abogado. A la calle de madrugada, por sorpresa y en pleno invierno. Bueno, a la calle exactamente no, porque Rosario es una activista de la PAH y, por fortuna, antes de acabar sus días debajo de un puente, ya está ocupando otra vivienda con otros compañeros (https://ctxt.es/es/20221201/Politica/41646/senora-charo-pah-vallecas-desahucio.htm). Sí, la septuagenaria Charo, que percibe una ayuda de 300 euros mensuales, es una de esas terribles okupas que están poniendo en jaque la seguridad nacional.

Ante esta situación, Pedro Sánchez ha admitido que la ley ley de vivienda que su gobierno aprobó este mismo año no debe entrar en vigor. Él mismo reconoce que esa ley deja fuera del control de precios al 85% del mercado actual, ya que la limitación se dirige únicamente a la empresas que acumulen más de 10 viviendas. De hecho, esa ley hace buenas las declaraciones del exministro Ábalos, que admitió que en España la vivienda es un bien de mercado y no, como creían algunos ilusos, un derecho constitucional (https://www.eldiario.es/politica/erc-bildu-piden-comparecencia-abalos-negativa-imponer-techo-precio-alquiler_1_7242232.html). Lo sentimos Ábalos, con ese tipo de declaraciones es normal que te desahuciaran del gobierno más progresista de la historia.

Ha costado, pero cuando Sánchez se ha enterado desde La Moncloa que 2022 se cierra con 29.000 desahucios, se ha conmovido. Es verdad que, hace ya un año, Amnistía Internacional advirtió de que la ley incumplía el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU (https://www.eldiario.es/economia/ley-vivienda-incumplir-derechos-onu-amnistia-internacional-caritas_1_8678616.html), pero Sánchez es el presidente más progresista de la historia, no el más rápido. No en vano, estaba muy ocupado aprobando leyes que afectan a nuestras instituciones: la sedición, la malversación, etc. (la del poder judicial y la derogación de la Mordaza ya, si eso, en otra legislatura). Cosas así le quitan tiempo a cualquiera para comprobar si el famoso escudo social estaba protegiendo a sus supuestos destinatarios. A fin de cuentas, España es grande, y los 29.000 desahucios del año están tan dispersados que no resulta fácil verlos.

Ahora, Sánchez va a ir más allá de meros parches (https://www.eldiario.es/economia/sanchez-diaz-pactan-congelar-precio-alquileres-renovacion-contratos-seis-meses_1_9824843.html). Va a demostrar que para algo han servido los 35.000 millones de incremento de la deuda pública que ha costado rescatar la SAREB. El banco malo (que, según el exministro Luis de Guindos, no nos iba a costar un euro) adquirió con su creación 500.000 viviendas, procedentes de las entidades financiaras que habían protagonizado la burbuja inmobiliaria. Sánchez, bien asesorado por Calviño, ha decidido que con ese medio millón de viviendas… ¡va a crear un parque público de alquiler social! De ese modo, gente como Rosario no pasará nunca las Navidades en algún improvisado portal de Belén.

El texto para esta nueva ley, por lo visto, va a ser anunciado el 6 de enero, como un regalo de Reyes del presidente a todos los españoles… Bueno, vale, basta ya de tanta tontería. Perdonen si en algún momento se han llegado a ilusionar, pero seguro que a estas alturas de la columna ya se han dado cuenta de que hoy es 28 de diciembre. Por lo demás, que tengan un feliz año.

El cromo Marlaska

  • Pactar que no se repruebe a Marlaska a cambio de evitar otra posible reprobación a Irene Montero te acerca demasiado a la indecencia

Marlaska (1)[Publicado originalmente en elDiario.es].Ya expliqué en otra ocasión por qué considero que Grande-Marlaska es un ministro perfecto para el bipartidismo. De manera habitual, los gobiernos del PSOE colocan en Interior a titulares con tendencia al autoritarismo y la falta de escrúpulos morales. Son cromos intercambiables, ministros que encajarían igualmente bien en un gobierno del PP. O más a la derecha, como estamos viendo desde hace años con el inefable Corcuera. De hecho, Marlaska era uno de los magistrados mimados por el PP, partido con el que se llevaba de maravilla hasta que Sánchez le tentó con el Ministerio. Entonces, de la noche al día, Marlaska se declaró “progresista”. Así, sin despeinarse.

Atrás quedaban sus votos particulares contra la absolución de las personas encausadas por rodear el Parlament o las sanciones que España ha debido pagar después de que Estrasburgo sentenciara que, en su etapa de magistrado en la Audiencia Nacional, Marlaska hacía la vista gorda ante las denuncias de torturas. No solo eso, sino que, en contra de la propia Justicia, su Ministerio ha permitido que este mismo año se condecore a un comisario condenado, sí, por torturas. Son episodios, entre otros, que repasa aquí Neus Tomás.

Todos ellos, como es evidente, los conocía de sobra Pedro Sánchez cuando le propuso hacerse progresista. Sabía, sin lugar a dudas, que una persona de esa catadura no iba a tener ningún reparo. Al Gobierno le vendría de perlas para que llevara a cabo todas esas barbaridades que el propio Sánchez había criticado en la oposición, empezando por la Ley Mordaza y continuando por las devoluciones en caliente. Con Marlaska al frente, la práctica sigue siendo la misma, pero ahora se llaman “rechazos en frontera”.

 

El Parlamento pretende reprobar al ministro por su gestión y mentiras en la tragedia de Melilla. Sin embargo, Unidas Podemos evitará esa reprobación a cambio de sortear otra contra Irene Montero

El ministro es consciente de que a él le eligieron precisamente por su falta de humanidad, por su manera de entender la justicia desde el punitivismo exacerbado y su desprecio a los derechos humanos. Así, no es de extrañar que, a pesar de todas las evidencias, siga afirmando que en suelo español no muriera nadie durante la tragedia de Melilla, al tiempo que muestra una inaudita indiferencia ante los cadáveres acumulados del lado de nuestros socios marroquíes. A fin de cuentas, como contraprestación a la traición española al Sáhara, nos están haciendo ese trabajo sucio.

Grande-Marlaska es una vergüenza para la democracia y los derechos humanos. El Parlamento pretende reprobar al ministro por su gestión y mentiras en la tragedia de Melilla. Sin embargo, Unidas Podemos evitará esa reprobación a cambio de sortear otra contra Irene Montero.

El acoso al que la derecha y la extrema derecha (con el vergonzoso apoyo del sector tránsfobo del PSOE) está sometiendo a Montero resulta injustificable, ya lo dije en otro sitio. Aun así, no debería resultar un problema que tus oponentes políticos, con los que en principio libras una guerra cultural, pretendan reprobarte en el Congreso por lo que no deja de ser la agenda feminista de un Ministerio. La reprobación a Marlaska, sin embargo, es distinta. Si bien es cierto que, por oportunismo, la apoya la derecha, no menos lo es que también viene secundada por los socios del Gobierno. Sencillamente, la gestión del ministro es incompatible con la de su autoproclamado carácter “progresista”.

 

Después de todo lo que sabemos sobre Melilla, cualquier mínima indulgencia con Marlaska, y eso es lo que ha aceptado Unidas Podemos, se puede confundir con connivencia. Por eso, pactar con el PSOE un intercambio de cromos, en este caso Marlaska-Montero, te acerca demasiado a la indecencia. Hay un montón de cadáveres que lo atestiguan.

Lo de menos es de qué lado de la frontera.

Babosos

  • Pensaba que el odio contra una ministra de Igualdad iba a tener un límite, el de no hacerle el juego al patriarcado. Me equivocaba, pero sigo siendo optimista porque lo mainstream no siempre es sinónimo de mayoritario.

Irene Montero (1)[Publicado originalmente elDiario.es] Se puede ser un baboso con las mujeres y, aun en estos tiempos, no darte cuenta hasta que lo ves en un anuncio de televisión. Se puede, de hecho, ser tan baboso y aprovechar una fecha significativa como el 25 de noviembre para marcar paquete, si se me permiten la expresión. Se puede, incluso, jalear al baboso, sacar pecho en su nombre e incluso titular en algún periódico de gran tirada que con una breve alocución en tu programa de televisión le has “dado un hostión” a la ministra de Igualdad. Un hostión, el 25 de noviembre.

Lo peor, con todo, viene cuando desde donde menos cabía esperar se le hace el trabajo sucio a los babosos. Lo decía, con otras palabras, el filósofo Preciado en una entrevista en este mismo periódico, a propósito de la brecha que algunas feministas están abriendo con la excusa de la Ley Trans: “Las mujeres que se reivindican como naturales excluyen a otras de los pocos privilegios de la feminidad blanca heterosexual […]. Nada podía ser mejor ni más útil para la Conferencia Episcopal y para Vox que ver una parte de la izquierda y del feminismo hacer el trabajo sucio […] Defienden sus propios privilegios, que han adquirido gracias a luchas históricas que ha hecho el feminismo obrero, lesbiano, queer…”. De hecho, en Madrid, esas “mamarrachas obsesionadas por adivinar los genitales de los demás” (decía en Twitter Silvia Cosio) no dudaron en convocar una manifestación alternativa para, sí, en pleno 25 de noviembre y con los babosos de subidón, pedir la dimisión de Irene Montero.

El furor punitivista con el que el feminismo mainstream se ha alineado con el bando de los babosos para engordar la controversia con las penas rebajadas a algunos abusadores sexuales a raíz de la aplicación de la ley del Solo Sí es Sí

Lo de “odiar tanto a Irene” es una anomalía democrática que explicaba muy bien Isaac Rosa en esta columna. Lo triste es que en ese odio, ya que no cabe otro término, valen hasta los argumentos más rancios y propios de la derechona. Por ejemplo, el furor punitivista con el que el feminismo mainstream se ha alineado con el bando de los babosos para engordar la controversia con las penas rebajadas a algunos abusadores sexuales a raíz de la aplicación de la ley del Solo Sí es Sí. Como hoy no dejo de traer citas, recojo estas palabras de Nuria Alabao: “…revela la inquebrantable fe en la cárcel como solución a la violencia sexual y en el castigo como la mejor manera de proteger a las mujeres. Es llamativo también que al propio Ministerio le cueste defender […] que las condenas nunca serán lo más importante para evitar la violencia y que esta ley introduce mejoras significativas […]. Como demuestran todas las investigaciones criminológicas, más cárcel no sirve para evitar los delitos”.

Lo verdaderamente preocupante no es la presencia concreta de algún baboso mediático, al que de manera fácil se le ha desenmascarado. Lo que debería causar alarma es el ambiente propicio que se ha generado desde el lado de las trincheras supuestamente contrario. Querer disfrazar de feminismo, o de diferencias internas, lo que en realidad no es sino una lucha por cuotas de poder y el resentimiento contra una nueva generación política, nos remonta a los mismos vicios babosos que en apariencia se pretenden combatir.

Personalmente asisto atónito, porque, en mi ingenuidad, pensaba que el odio contra una ministra de Igualdad iba a tener un límite, el de no hacerle el juego al patriarcado. Me equivocaba. Aun así, sé de sobra que lo mainstream no siempre es sinónimo de mayoritario, así que sigo siendo optimista.

Siguen siendo guerras culturales

  • El racismo que revelan las mentiras de Grande-Marlaska, la transfobia de un sector del PSOE, por no hablar de la enquistada crisis habitacional: son guerras culturales que el PSOE desactiva cuando llega al poder.

Valla Melilla (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. Ya no hablamos tanto de aquello de las “guerras culturales”, un término que tuvo su auge cuando la extrema derecha irrumpió en la política institucional. De pronto, se impuso con una urgencia que relegó aquello otro de la “batalla por el relato”, los “significantes vacíos” y demás. La guerra cultural era el marco en el que se podían expresar grandes sintagmas porque, más allá de políticas o gestiones concretas, proyectaban un modelo genérico de sociedad: blanca, cristiana, heterosexual, clasista, machista, etc. Luego, la izquierda entró en el Gobierno, y ese debate se diluyó. Desapareció, si alguna vez la hubo, la posibilidad de una política de parte. A fin de cuentas, en eso consiste también la socialdemocracia, en crear la fantasía de un supuesto consenso sustentado igualmente en una supuesta clase media.

Cada vez que el Gobierno intenta escorarse un poco a la izquierda, y así anotarse un tanto en la guerra cultural, llega Grande-Marlaska y lo chafa. Ahora ha ocurrido con la reforma del código penal y la eliminación del delito de sedición. Grande-Marlaska ha cortado el buen rollo al negar las evidencias que muestran los vídeos de Melilla. Se diría que la tenacidad con la que Sánchez le está defendiendo solo anticipa su destitución. Al fin y al cabo, con su postura, refuerza lo que ya sabemos, que Tarajal y la valla de Melilla son tragedias calcadas, como también su gestión y la de Fernández Díaz en su etapa de ministro popular. En suma, que con él como ministro no hay batalla cultural contra el racismo.

Las pataletas del PSOE contra los derechos de las personas trans es la misma que la del PP de antaño contra las personas homosexuales, es decir, otra guerra cultural: la del binarismo sexual y su determinismo biológico, en lo que ninguno de los partidos parece diferenciarse tanto.

Es evidente que este Gobierno tampoco va a librar la verdadera guerra cultural de la memoria democrática, la que reside en los patrimonios ilícitos. No se atreve a dar esa batalla

La nueva ley de memoria histórica servirá de poco, porque son incontables las que ya sumamos entre estatales y autonómicas. A la postre quedan en algunos gestos cosméticos: exhumaciones, algún nombre de calle y a veces ni eso. En mi barrio, sin ir más lejos y como ya conté en otra ocasión, todas las calles rinden tributo a los golpistas. Ninguna de estas leyes se fundamenta en principios verdaderos de justicia reparativa, que a medida que pasan las décadas parece más improbable. Es evidente que este Gobierno tampoco va a librar la verdadera guerra cultural de la memoria democrática, la que reside en los patrimonios ilícitos. No se atreve a dar esa batalla. Apellidos bien conocidos o instituciones como la Iglesia católica siguen gozando impunemente de un patrimonio engrandecido con el expolio que les facilitó la guerra y la dictadura.

La masiva manifestación, que por fin ha demostrado que la defensa de la sanidad pública no es solo tarea de las sanitarias y sanitarios, revela también otra guerra cultural. Es la de la compartimentación social, esos guetos que de facto se pretenden establecer para los pobres: barriales, sanitarios, escolares. Por alguna razón, a nadie en el Gobierno se le ha ocurrido que, ya que se habían puesto con lo del delito de sedición, igual habría estado bien blindar el acceso a la salud. Como delito de “sedición sanitaria” podrían haber tipificado lo que gobiernos como el de Madrid o el de Andalucía hacen con nuestro sistema de salud.

Y entre tanto, se siguen aplaudiendo películas como En los márgenes. No en vano, es solo una ficción, nada tiene que ver que el PSOE no sea capaz de hacer nada digno con la SAREB, el banco con el que PP nos estafó y que, mientras tenemos 100 desahucios al día, acumula miles de viviendas deshabitadas en cada Comunidad Autónoma.

La lista se puede alargar de manera interminable, empezando por el furor belicista con el que la invasión de Ucrania ha vuelto a hermanar al PSOE y al PP. Podría continuar con la laxa postura frente a la emergencia climática y los derechos animales, que tan bien expresó el presidente con su “chuletón al punto”. Luego acabaríamos en la trifulca a cuenta del Poder Judicial, que es un atentado del Partido Popular contra la democracia, sin duda, pero en el fondo únicamente revela un defecto viciado de fábrica: la falta efectiva de separación de los poderes, en la que, me temo, ninguno de los dos partidos difiere mucho.

Y es que al final va a parecer lo que es: que cuando el PSOE gobierna deja de hablarse de guerras culturales, no porque las gane, sino porque deja de librarlas.