Elecciones municipales: la política institucional ya es solo para los profesionales

  • Al mirar las listas electorales comprobamos que muchos de los antiguos representantes de lo que se llamó “nueva política” encarnan hoy el mismo tipo de político profesional que despreciaban.

urnas (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. Durante cuatro años formé parte de una candidatura ciudadana en Málaga, especialmente en los equipos de argumentario y de comunicación. De aquella experiencia, que finalizó en las elecciones de 2019, extraje algunas conclusiones que ya conté en otro lugar. Desde entonces, cada vez que arranca una campaña electoral vuelvo a las mismas certezas.

En primer lugar, que la mayor parte del trabajo institucional que se desarrolla desde la oposición en un Consistorio no tiene trascendencia en la vida cotidiana de la ciudadanía. De hecho, en las grandes ciudades la ley permite que las mociones plenarias no se ejecuten (excepto en las referidas a presupuestos y fiscalidad). Ese disparate legal lleva a que, a la postre, la tarea de los grupos municipales se centre, en su mayor parte, en sacar el máximo partido al escaparate que durante cuatro años un concejal tiene a su disposición. Esto es, defender esas mociones inútiles como demostración de que tu partido tiene un modelo de ciudad mejor que el del Gobierno, aunque solo sea sobre el papel. En otras palabras, vivir cuatro años en una campaña constante.

¿Quién puede vivir en una perpetua campaña electoral? Los políticos profesionales. Es decir, los políticos contra los que la nueva política se alzó, pero únicamente para reparar, más pronto que tarde, en que combatirlos exigía competir en su misma arena. Esto llevó al resultado paradójico de que muchos de esos representantes de la nueva política encarnan a ese mismo tipo de político profesional que despreciaban. Es algo que cualquiera puede comprobar en su municipio cuando asiste a las peleas vergonzantes por encabezar listas, cuando se invalidan primarias si no ratifican lo pactado a puerta cerrada, cuando las coaliciones se terminan de definir en función del reparto de dinero y técnicos a contratar. En definitiva, cuando las formas ya no se diferencian de las de la vieja política. En las papeletas se repiten nombres que, si antes se integraban en movimientos sociales, ahora han encontrado un modo de vida bien pagado en esto de la política institucional. De más está decir que hay excepciones honrosas, claro.

Se da una paradoja relativa a otro de los fetiches que enarbolamos desde la nueva política: la participación. Podríamos concluir que la participación acabó por convertirse, de manera primordial, en el uso de redes sociales y la viralización de contenidos

Lo cierto es que esquivar la lógica electoral, la campaña interminable, carece de todo sentido en el juego institucional y, lo que es peor, ni siquiera entrando en él, tienes posibilidades reales de salir airoso si no engulles una serie de códigos y conductas. Eso lo saben bien quienes ya se han convertido en profesionales del juego. En el fondo, no es de extrañar. La nueva política evidenció lo que ya sospechábamos: que en cualquier pleno municipal es muy fácil destacar, porque la mediocridad es la norma.

En ese sentido se da una paradoja más, en este caso, relativa a otro de los fetiches que enarbolamos desde la nueva política: la participación. Podríamos concluir que la participación acabó por convertirse, de manera primordial, en el uso de las redes sociales y la viralización de contenidos. La paradoja estriba en que de alguna manera las redes pueden convertirse exactamente en lo contrario a la participación. Pueden confundir el rol de espectador, a veces interactuante, con el de participante. La participación, por tanto, se convierte en un arma de doble filo, que en momentos de alta intensidad puede llevar a una euforia mal correspondida con la realidad, mientras que en momentos de baja intensidad genera frustración.

¿Es riguroso repetir el mantra de la horizontalidad cuando apenas hay participación? ¿Una participación desbordante resulta operativa o precisa de instancias más verticales? En esas circunstancias, ¿damos por buena que la participación se convierte en realidad en un volcado de opiniones? ¿Se puede hablar de participación si no hay verdadera intervención? ¿Cómo denominamos la participación cuando no va acompañada de asunción de labores? ¿Cómo garantizamos la horizontalidad y la participación cuando a la fuerza el asalto institucional provoca dinámicas bien diferenciadas entre un grupo municipal y el partido en sí?

En mi opinión, de aquello que llamamos la “nueva política” quedan, sobre todo, los actores y algunas prácticas que merecen destacarse, como las limitaciones salariales. Poco más

Son preguntas que me hacía entonces, porque estaban en nuestras reflexiones cotidianas. Sin embargo, al ver los procesos con los que se han conformado las listas para estas elecciones municipales, compruebo que ahora han quedado excluidas. Es un síntoma más de esa profesionalización que, por otro lado, parece contar con el refrendo del electorado. No en vano se decantó por ese tipo de listas en 2019.

En mi opinión, de aquello que llamamos la “nueva política” quedan, sobre todo, los actores y algunas prácticas que merecen destacarse, como las limitaciones salariales. Poco más. Creo que hoy día a nadie se le escapa que se trata, sobre todo, de votar el mejor programa o el mejor partido, si se prefiere, pero no necesariamente votar al partido diferente, en fondo y forma. En suma, aunque con otros nombres electorales, en esas papeletas se podría decir que encontramos las mismas opciones que hace una década: las de los profesionales de la política. ¿Se acuerdan de aquello de “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?”. Solo han pasado 9 años.

Con más ladrillo no se soluciona el problema de la vivienda

  • Con medio millón de viviendas vacías en España y el calentamiento global en cifras de récord, Sánchez anuncia más construcciones, un despropósito social y medioambiental.

c4a605b4-15b6-4130-8227-f6a7d596a656_16-9-discover-aspect-ratio_default_0 (1)[Publicado originalmente elDiario.es]. Pedro Sánchez puede seguir sacando de su chistera electoral miles y miles de viviendas más destinadas, supuestamente, a alquiler asequible, pero su credibilidad en este asunto es nula. A lo largo toda la legislatura, el PSOE se ha negado a cumplir con el pacto de investidura y redactar una nueva ley de vivienda. Casualmente, solo ha aceptado esa nueva ley con la llegada de la precampaña pero, a la postre, ha resultado harto decepcionante, como bien explican desde los sindicatos de inquilinos.

Gracias a la ley Boyer de 1985, se ha perpetuado el modelo de sociedad de propietarios creado en el franquismo. En la práctica, se permite que la vivienda se convierta en un bien de mercado y, por tanto, quede al arbitrio de la especulación

En realidad, es el propio PSOE uno de los mayores responsables de la vergonzosa situación que padecemos en España (29.000 deshaucios el año pasado), y lo es ya desde su primera legislatura en los años ochenta. Lo analiza de forma rigurosa Pablo Carmona en su libro La democracia de propietarios: fondos de inversión, rentismo popular y lucha por la vivienda (Traficantes de Sueños) que, por cierto, presenta desde este jueves por Andalucía (Jerez, Sevilla y Málaga). No en vano, gracias a la ley Boyer de 1985, se ha perpetuado el modelo de sociedad de propietarios creado en el franquismo. En la práctica, se permite que la vivienda se convierta en un bien de mercado y, por tanto, quede al arbitrio de la especulación. Eso explica que, España, con un paupérrimo parque público del 1,6%, necesite casi 1,4 millones más de viviendas para alcanzar la media europea del 9,3%. Claro que si alguien en el PSOE admite alegremente todo esto acaba despedido, como le ocurrió al exministro Ábalos.

El resultado de esas políticas es alarmante, y ha dado lugar a eso que Carmona llama “rentismo popular”. En tan solo una década, en España ha aumentado un 57,5% el número de hogares que recibió algún ingreso por alquiler de propiedades. Se dan fenómenos grotescos, como el de pequeños propietarios que ponen en alquiler una vivienda para pagarse la hipoteca de otra. Por si fuera poco, se ha convertido en habitual que, además, mediante artimañas de todo tipo, incumplan la ley y expulsen a sus inquilinos durante los meses de verano para destinar las viviendas a alquileres vacacionales.

En suma, “los hogares inquilinos son aquellos con menor renta del país, frente a los hogares de caseros, que son los de mayor renta”. Es una de las conclusiones que arroja un estudio de La Hidra Cooperativa, entre otras. Destaca igualmente que el mercado de arrendamiento está en manos de caseros que tienen dos o más viviendas alquiladas y que se trata de los hogares con mayor renta del país. También que una regulación de los precios de los alquileres afectaría casi de manera única “a un selecto grupo, que representan al 25,56% de todos los caseros, pero ingresan el 56,01% de todas las rentas por alquiler del país”. Por eso, “no puede anteponerse razonablemente a una política que beneficiaría de forma sustancial a una población inquilina que es mucho mayor, mucho más empobrecida, y que no tiene el derecho a la vivienda garantizado”.

Los efectos de la propia construcción, sumados a los recursos que precisan las nuevas zonas urbanizadas, agravan la sequía y se contradicen frontalmente con cualquier política para frenar el cambio climático

Frente a esta calamitosa situación, una de las propuestas electoralistas del PSOE pasa por acrecentar los efectos del calentamiento global. De las 183.000 viviendas para alquileres asequibles que ha prometido Pedro Sánchez, solo una pequeña parte proviene de fondos buitres, de pisos desocupados o de la Sareb, cuando, según el INE, España tiene 500.000 viviendas vacías. Por el contrario, mientras en abril alcanzamos los 40 grados, Sánchez anuncia la construcción de decenas de miles de viviendas. La mitad de los materiales empleados en construcción proceden de la corteza terrestre y generan al año en la Unión Europea millones de toneladas de residuos, que además apenas se reciclan.

Los efectos de la propia construcción, sumados a los recursos que precisan las nuevas zonas urbanizadas, agravan la sequía y se contradicen frontalmente con cualquier política para frenar el cambio climático.

El PSOE siempre pone a prueba mi ingenuidad, porque en cada campaña me digo que no logrará batir su propio récord de hipocresía, e invariablemente me equivoco. La cara de Sánchez, sí, es del mismo hormigón armado del que pretende llenar algunos terrenos públicos.

Quemar la salud mental de quienes cuidan la salud mental: la tormenta perfecta de la sanidad andaluza

  • En España el consumo de antidepresivos ha aumentado un 45%, pero el gobierno andaluz también está desmantelando los servicios de salud mental.
Patricia Bolinches
                                                                   Foto: Patricia Bolinches

[Publicado originalmente en elDiario.es]. Hace unos días, la mayor de nuestras sobrinas, que en junio cumplirá 13 años, me decía que está harta. No le ve ningún sentido a que la mayor parte de sus días consista en darse madrugones para encerrarse contra su voluntad un montón de horas en un instituto. Lo único que ella querría es “entrenar todos los días a baloncesto y que me enseñen cosas de psicología para cuando haga la carrera”. No es mal plan, desde luego, aunque ahora lo tiene incluso peor, porque este sábado jugó el último partido de la temporada. Por fortuna, le queda el consuelo de que su madre ya la ha inscrito a un campamento estival de baloncesto.

Si de verdad mantiene su vocación con los años, no será mala psicóloga. Parece que ya ha comprendido por su cuenta lo que los datos avalan: que en gran medida los problemas de salud mental en nuestra sociedad son consecuencia del trabajo. El capitalismo enferma, en suma.

De poco sirve que la salud mental se haya convertido en un asunto recurrente en los medios y en el Parlamento si, a la postre, no se traduce en verdaderas acciones. O lo que es peor, se toman medidas que agravan el problema. El Gobierno andaluz, de hecho, no iba a dejar la atención psicológica fuera del paulatino desmantelamiento al que está sometiendo a la sanidad pública, de modo que ya ha empezado a precarizar a los propios psicólogos clínicos. Lo cierto es que aterra pensar hasta dónde hubiera llegado el gobierno de Moreno si precisamente este diario no hubiera destapado los desvíos de fondos públicos a la sanidad privada. No dejen de leer, por cierto, la serie de artículos que constituyen esa investigación, y que arrancaron con este.

España ya dispone de un diagnóstico. Se llama Informe PRESME. Es un esfuerzo encomiable, pero que se puede quedar a medio gas si solo sirve para eso: para diagnosticar

La situación llega a extremos que mi sobrina ni podría imaginar. Así, precisamente la atención psicológica a adolescentes se encuentra en tal estado que no solo se deriva a los chavales a la privada, sino que incluso hay que trasladarlos fuera de Andalucía. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno del PP? ¿Cuántos suicidios más de jóvenes a los que no se les atiende por falta de medios en la sanidad andaluza va a permitir?

El malestar psicológico asociado a la precarización laboral es un factor clave que explica por qué en España el consumo de antidepresivos ha aumentado un 45% en la última década y aun así sigue por detrás del de ansiolíticos, como ya comenté hace algunos meses. De hecho, si bien no está claro el modo con que medir algo tan difuso como la “precariedad laboral”, se estima que alrededor de 12 millones de personas en todo el país atraviesan esa situación. Si, como hemos visto, los trabajadores públicos de la salud mental en Andalucía también se encuentran entre ellos, tenemos la tormenta perfecta.

España ya dispone de un diagnóstico. Se llama Informe PRESME. Es un esfuerzo encomiable, pero que se puede quedar a medio gas si solo sirve para eso: para diagnosticar.

Hasta ahora, y a pesar de que tenemos elecciones generales a la vuelta de la esquina, solo hemos visto grandes intenciones, como ésta del informe PRESME, pero pocas medidas realmente concretas. Me temo que en Andalucía la cosa irá a peor, pero nunca me atrevería a decirle algo así a mi sobrina. Creo, en todo caso, que le correspondería a Juanma Moreno, que él debería explicarle cuánto de necesarias son vocaciones como la suya, que es digno de elogio que a su edad tenga tan claro que hacen faltan psicólogas, profesionales de la salud mental dispuestos a ayudar a todos esos potenciales consumidores de ansiolíticos y antidepresivos que engordan las cuentas de las farmacéuticas sin terminar de encontrar una salida a su angustia. Y, por último, también debería explicarle que, aun así, mientras de él dependa, el Gobierno andaluz se encargará de frustrarle tan noble empeño. A sus doce años.

Mil euros al mes: de sueldo vergonzoso a techo salarial

  • Los beneficios empresariales se han duplicado en España, pero la patronal ni siquiera se sienta a negociar un salario mínimo de 1.000 euros que hace 15 años nos parecían una miseria.

mileuros (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. El primer registro escrito del término “mileurista” corresponde a una carta al director del diario El País en el año 2005. Hoy, seguramente, a los más jóvenes ni siquiera les suena, pero lo cierto es que ese término se popularizó en muy poco tiempo. En suma, los salarios se habían devaluado tanto, las empresas exprimían de tal modo a sus plantillas, que los jóvenes de entonces (“la generación más formada de nuestra historia”) solo podían aspirar a salarios bochornosos: mil euros netos al mes. Resultaba escandaloso, y no faltaron reportajes y estudios sociológicos para, sin más, certificar lo evidente: que difícilmente un mileurista podría alguna vez construir una vida emancipada. Y eso era antes de que dos crisis convirtieran los mil euros al mes no en una realidad, sino en una aspiración.

De repente, la crisis de 2008 puso de moda la familia porque muchos jóvenes tuvieron que recular hasta el nicho de sus padres, las amistades forzadas porque tantos otros acababan compartiendo pisos con quienes podían y el amor porque ahora lo más económico era precipitar la convivencia en pareja. Fue entonces cuando el Gobierno y la patronal decidieron ir a cara perro, perder toda vergüenza: al sector bancario se lo rescató con dinero público, a pesar de los récords de desahucios, y a los jóvenes se les intentó convencer de que se merecían lo que tenían, o más bien lo que no tenían. La cosa estalló en el 15M de 2011, pero los mil euros siguieron siendo, para un buen número de jóvenes y ya no tan jóvenes, el techo salarial.

Cualquiera puede entrar en la calculadora del Instituto Nacional de Estadística y comprobar que de 2008 a la actualidad el IPC ha subido más de un 30%, y luego cotejar si su salario también lo ha hecho. La respuesta es evidente. Aun así, en la actual crisis inflacionista, la patronal no ha dejado de insistir, con una perversidad obscena y cruel, en que la solución pasaba por contener los salarios. Christine Lagarde, desde el Banco Central Europeo, lo ha repetido siempre que hacía falta, por supuesto, a pesar de que la realidad es justo la contraria.

Son esas crisis las que permiten a las peores empresas apretar más las tuercas, como demuestran los datos, y cumplir con una regla matemática bien sencilla: cuanto menos tenemos nosotros, más tienen ellas. Una cuestión de puro reparto, jamás de escasez

En la zona euro, los costes laborales han aumentado un 5,7%, mientras que la inflación alcanzaba el 9,2%. En España, siempre paradigmática cuando se trata de explotación laboral, las empresas han duplicado sus beneficios, a la vez que mejoraban su rentabilidad y la patronal ni siquiera se sentaba a la mesa de negociación para subir el salario mínimo a esos 1.000 euros que hace 15 años nos parecían una miseria. De hecho, justo antes de la pandemia, España era el país de la OCDE que peor pagaba a sus jóvenes.

Entre tanto, sin salir de mi ciudad, Málaga, el precio del alquiler de la vivienda se dispara un 40%. Eso la convierte en la primera ciudad andaluza con máximos históricos en el precio de compraventa y alquiler. Pese a todo ello, los desahucios no se frenan, ni siquiera en vísperas de elecciones, y los apartamentos turísticos consuman la expulsión de los vecinos del centro histórico.

Ya no es solo un problema de jóvenes mileuristas, aunque su salud mental esté golpeada más que nunca. La precariedad creciente, la pauperización a la que nos abocamos, no es producto de crisis sobrevenidas, como la inflacionaria actual. Son esas crisis las que permiten a las peores empresas apretar más las tuercas, como demuestran los datos, y cumplir con una regla matemática bien sencilla: cuanto menos tenemos nosotros, más tienen ellas. Una cuestión de puro reparto, jamás de escasez.

Esos beneficios obscenos se presentan públicamente y de forma tan arrogante gracias a una sensación de completa de impunidad, cuya única explicación reside en la cobarde pasividad del Gobierno

Esos beneficios obscenos se presentan públicamente y de forma tan arrogante gracias a una sensación de completa de impunidad, cuya única explicación reside en la cobarde pasividad del Gobierno: impuestos a la banca, pero solo de manera temporal; limitaciones a los precios del alquiler de viviendas, pero no rebajas; prórrogas de alquileres en las mismas condiciones, pero solo de seis meses, etc. Ninguna medida realmente estructural, ninguna medida de verdadera reforma fiscal ni de redistribución.

Y eso les convierte en culpables ante cada cuadro de ansiedad, ante cada crisis y daño autoinfligido entre los más jóvenes. Por eso, cuando, tal y como hacía Isaac Rosa en esta columna, preguntemos “¿Jóvenes, qué os pasa?”, no olvidemos responder: “También os pasa un Gobierno cómplice”. Y eso no hay campaña electoral que lo vaya a borrar.

Mi cuestión personal con Kenzaburo Oé

  • KH (1)La semana pasada llegó la noticia de que el día 3 había muerto quien quizás sea el escritor que mejor supo redefinir el existencialismo.

[Publicado originalmente en elDiario.es]. Tres décadas antes de que a Kenzaburo Oé le concedieran el Premio Nobel, y cuando no había cumplido los treinta años, publicaba Una cuestión personal, la que para muchos sigue siendo su obra maestra. Seguramente lleva razón el escritor Gonzalo Torné cuando la califica como “la mejor novela existencialista jamás escrita”, pero también cuando añade que “no condensa la amplitud de los poderes literarios de Oé”.

Ni siquiera Yukio Mishima, la gran figura de la cultura nipona en la época, lo dudó: Oé llegaría más lejos que él, aunque, a su juicio, y ya que hablamos de novelas existenciales, a Mishima le sobraba el final de Una cuestión personal. Le resultaba demasiado edulcorado, fuera de tono, de pronto encajado a la fuerza en el molde de los valores convencionales, cuando precisamente toda la obra transpira amoralidad.

Oé publicó esa novela en 1963, después de que naciera su hijo Hikari, al que se planteó dejar morir de inanición. Así, sin más. De hecho, eso es exactamente lo que trató de hacer en los primeros días de vida de Hikari. No soportaba la deformidad de su cráneo (una hidrocefalia con diagnóstico de autismo, por demás). Sin embargo, mientras se documentaba para un reportaje sobre las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, entrevistó a un doctor que llevaba años tratando a pacientes con secuelas de la radiación o nacidos con malformaciones provocadas por ella. Ese doctor le convenció para que no dejara morir a su hijo. Es el proceso que aborda Una cuestión personal.

 

A mí Oé me obsesionó durante una época muy larga, y le di muchas vueltas hasta entender ese empecinamiento. Yo quería viajar a Japón, quería conocer el valle donde estaba la aldea en la que nació, quería entrevistarlo como fuera

Años después de la publicación de la novela, Oé intentaba desentrañar algunas claves de su infancia, transcurrida en una minúscula aldea, hoy desaparecida, de la isla de Shikoku. Comenzó a cartearse con un amigo de la época, ahora preso por lo que parecía un asesinato machista. En una de esas cartas, ese antiguo amigo le viene a decir que Mishima llevaba razón, pero no hacía falta reescribir ni eliminar el final. Bastaba con suprimir unas cuantas frases muy concretas, que él mismo le señalaba, de los últimos párrafos. El resultado, sin lugar a dudas, era todo un hallazgo. El final se convertía con esos mínimos arreglos en la gélida punzada que durante toda la novela te atravesaba de manera tan incómoda. Era, en efecto, mucho más coherente con el tono y la historia de toda la novela. Y aun así, Oé, que no dudaba en reelaborar sus propios escritos, jamás ha cambiado una coma de Una cuestión personal.

A mí Oé me obsesionó durante una época muy larga, y le di muchas vueltas hasta entender ese empecinamiento. Yo quería viajar a Japón, quería conocer el valle donde estaba la aldea en la que nació, quería entrevistarlo como fuera. Lo quería saber todo de él. Y por suerte, el diario El País dio en entregas una correspondencia pública entre él y Vargas Llosa, que aún guardo recortada en alguna de sus novelas. Me descargué conferencias que había pronunciado en universidades de Estados Unidos, me leí sus crónicas, entrevistas, escritos más personales.

Descubrí que su hijo fue operado, pero que eso no le libró de una discapacidad visual permanente, retraso en el desarrollo, epilepsia y limitaciones físicas. Eso sí, gozaba de un oído excepcional e imitaba los cantos de los pájaros con precisión inaudita. Sus padres le hacían escuchar grabaciones de cantos de pájaros y luego el niño los reconocía e imitaba en los paseos por el bosque. Pero llegó un día en que Hikari, subido a los hombros de su padre, cuando reconoció uno de esos cantos, no se limitó a imitarlo. Nombró en voz alta la especie del pájaro. «Ruiseñor» fue su primera palabra. Por un momento Oé no supo qué hacer. Se quedó paralizado. Nunca antes había salido una sola palabra de la boca de su hijo. Entonces decidió continuar como si nada, comportarse de manera natural y seguir con el paseo. Ahora yo creo que entiendo por qué Oé nunca quiso cambiar el final de Una cuestión personal.

 

Sin truculencias ni efectismo, sin tremendismo impostados, Oé nos hace gozar y descubrirnos como seres humanos harto complejos

Ese final almibarado es en realidad una trampa, pues expresa lo contrario de lo que la literalidad de sus palabras podría hacernos creer. La novela es la lucha de un hombre joven contra la moral de su época. De ese modo, el tono optimista y de aceptación de ese final encierra una claudicación, una derrota en toda regla: asumir la moral que ha negado durante toda la obra, lo que le convierte en un hombre adocenado. La paradoja es terrible: abrazar el camino de la supuesta felicidad supone una renuncia. Ni Dostoyesky llegaba a eso.

Algo de todo ello se puede entresacar de las que, estas sí, constituyen su díptico maestro: las novelas El grito silencioso y Cartas a los años de la nostalgia, escritas con treinta años de diferencia, y en donde la una reelabora o niega pasajes de la otra. Son crudas, oscuras, desoladoras, hipnóticas, lo que solo aumenta el misterio en torno a la prosa de Oé: cómo convierte todo eso en una lectura luminosa, alumbradora, casi feliz, diría. Cómo es posible que nos haga transitar por las ponzoñas y tinieblas de nuestra condición para después salir agradecidos. Sin truculencias ni efectismo, sin tremendismo impostados, Oé nos hace gozar y descubrirnos como seres humanos harto complejos. Lo he leído a fondo, y aún no puedo decir cómo lo consigue, pero sí que eso es precisamente lo que le convierte en uno de los mayores escritores del siglo XX.

Insisto: son lecturas luminosas, todo un milagro. De hecho, Hikari Oé es hoy día un notable compositor de música clásica. Quiero pensar que nos dejará el consuelo de componer una de sus piezas más hermosas en memoria de su padre, que el pasado día 3 murió, aunque la noticia solo llegó hace unos días. Únicamente espero que también me haga salir feliz y agradecido de visitar las peores profundidades.

8M: gracias por todo

  • Cuando miro mi primera juventud constato cómo asumíamos de modo acrítico el patriarcado y cómo el feminismo ha supuesto el mayor revulsivo en mi subjetividad.

8m málaga (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. Hace unos días reparé en que mi próxima columna, esta que ahora leen, saldría publicada el 8 de marzo, y de repente me quedé bloqueado. Sabemos ya que el Gobierno renuncia a derogar la Ley Mordaza, que el gravísimo problema de la vivienda en España (100 desahucios al día) no va a merecer una profunda revisión legislativa, que cuando termine de escribir esta columna un trabajador habrá muerto por accidente laboral, que los últimos casos de corrupción vuelven a recordarnos eso de que “PP-PSOE la misma mierda es” y que, con elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina, la izquierda no ofrece nada convincente. Son todos asuntos que en estos últimos días han estado de actualidad, y que me rondaban de una u otra manera. Pero este miércoles es 8M, y de pronto todo ello perdía sentido.

Desde que soy adulto, sin duda alguna el feminismo ha supuesto el mayor revulsivo en mi subjetividad. Soy otra persona, creo que mejor, gracias a las compañeras con las que llevo tantos años de práctica social. Ahora, cuando uno mira su adolescencia y primera juventud, se sorprende casi de manera desagradable al constatar lo imbécil que era, o que éramos, y cómo asumíamos de modo acrítico el patriarcado, cómo nos empapaba en nuestra vida cotidiana, cómo eso que llamamos micromachismos vertebraba nuestras relaciones sociales hasta la náusea. ¡Si aún ahora nos cuesta detectarlos!

 

Hoy, cuando veo a mis sobrinas y sobrinos crecer, me doy cuenta de que ya llevan recorrido gran parte del camino que en mi generación nos costó empezar a tantos hombres

En realidad, más allá de leyes y cuestiones estructurales, todas ellas logros del movimiento feminista, es precisamente en esa cotidianidad, en aquello de que lo personal es político, desde donde uno más agradecido se siente por todo este aprendizaje, por esta lucha paciente, constante de las compañeras. Haber presenciado lo que las feministas, y sobre todo las más jóvenes, hicieron en 2018, supone para mí uno de esos hitos, como lo fue el 15M, que nunca olvidaré.

Hoy, cuando veo a mis sobrinas y sobrinos crecer, me doy cuenta de que ya llevan recorrido gran parte del camino que en mi generación nos costó empezar a tantos hombres. Y de nuevo me siento agradecido a las compañeras y amigas. Sé que la contrarrevolución machista que acosa a las más jóvenes se va a encontrar con un muro sólido, lo que no significa que no falten más y más ladrillos que erigir.

 
 

Otro día para constatar por qué el feminismo nos hace mejores, por qué es una práctica que de manera consciente intentamos llevar a cabo en la esperanza de que algún día esté tan interiorizada en quienes vienen detrás como ahora el patriarcado

Son muchas las cuestiones acerca del momento actual del feminismo sobre las que tengo distintas opiniones, y en algunos casos las he dejado por escrito. Me duelen las divisiones interesadas, que a mi modo de ver solo esconden ansias de poder, inmovilismo, tapones generacionales, clasismo y transfobia, casi siempre provenientes de los mismos sectores adscritos a la izquierda más rancia (en ocasiones con meteduras de pata tan burdas como el ya viral cartel del PCE para este 8M). Sin embargo, todo lo que yo pueda decir este miércoles a ese respecto sobra. Es una jornada de celebración y lucha, de toma de calles y alegrías. Otro día para constatar por qué el feminismo nos hace mejores, por qué es una práctica que de manera consciente intentamos llevar a cabo en la esperanza de que algún día, más pronto que tarde, esté tan interiorizada en quienes vienen detrás como ahora el patriarcado. Déjenme soñar, que hoy es el día.

Gracias por todo.

Luis Planas: ministro de alimentación basura

0a3d3c2b-29cf-4c21-ad41-825baf0e05ce_16-9-aspect-ratio_default_0 (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. Un niño obeso es un adulto enfermo, y la obesidad infantil supone ya una epidemia en buena parte de los países ricos. Hablamos de obesidad infantil causada por malos hábitos, tanto en la actividad (o inactividad) física como, sobre todo, en la alimentación. O afinemos más, malos hábitos… inducidos. De hecho, el sector de la alimentación basura (todos esos “alimentos” ultraprocesados y bebidas cargadas de azúcar) lo sabe tan bien que, entre 2014 y 2018, pasó de invertir en publicidad 32 millones de euros a más de 53. De ese modo, una niña o un niño español recibe al mes más de 1.000 impactos publicitarios de este tipo. El resultado: 40% de niñas y niños en España con sobrepeso u obesidad (cuarto país en Europa), especialmente en los ámbitos de menor renta.

A la industria no se le escapa que, a esas edades y con menos herramientas culturales, somos aún muy manipulables, de modo que el negocio está asegurado… Al menos mientras el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, siga empeñado en boicotear todas las iniciativas del de Consumo, Alberto Garzón, quien, por otro lado, solo sigue las directrices que el propio Gobierno se marcó como firmante de la Declaración de Viena sobre nutrición.

Lo que ha pedido Luis Planas a la industria es buena voluntad y autocontrol, porque él, a pesar de ser ministro, asegura que repudia los «métodos prescriptivos». Y ni siquiera le ha dado la risa

¿Se imaginan a Calviño, con todo lo que es ella, pidiendo a los bancos que actúen de buena voluntad? ¿Pidiéndoles que, si no es molestia, dejen de desahuciar a 100 familias cada día? ¿Que si nos suben las hipotecas sin sonrojo, al menos tengan la decencia de no aumentarse los sueldos ni presentar públicamente beneficios de récord? Y que se lo pida de buen rollo, claro. A fin de cuentas, lo que de verdad está feo es exigir o regular. Bueno, eso es lo que ha pedido Luis Planas a la industria: buena voluntad y autocontrol, porque él, a pesar de ser ministro, asegura que repudia los “métodos prescriptivos”. Y ni siquiera le ha dado la risa.

Sus declaraciones vienen cuando, en consonancia con los supuestos objetivos del Gobierno (que en realidad Sánchez echó por tierra con su “chuletón al punto” imbatible), Garzón anunció la intención de prohibir la publicidad de los helados. Para que nos hagamos una idea, Nestlé reconoció hace bien poco que el 99% de sus helados no son saludables “ni lo serán nunca”. Ese es el tipo de industria al que Planas le pide que “cada uno asuma su responsabilidad”.

Cabe la posibilidad de que Planas no se haya enterado de que en el Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil de su Gobierno se prescribe, aunque ese término no le guste, “restringir el marketing dirigido a la infancia”. Es más, precisamente el decreto que prevé el Ministerio de Consumo forma parte del Plan legislativo del Ejecutivo. Con esa laxitud, no es de extrañar que la industria de la comida basura se sienta legitimada para incumplir, en un 88% (son datos de hace una década), el Código de autorregulación, eso que tanto le gusta a Planas.

Para que Planas no sufra y se ponga prescriptivo con el pobre sector, se me ocurre una idea mejor que la de pedir autorregulación. Que sean los niños y niñas, ya que al fin y al cabo se zampan sin recato los bollos industriales, quienes se corten un poco.

Todo se reduce a que Planas se toma su cargo como una defensa patronal del sector, cuando, para empezar, debería escuchar mejor a los ganaderos extensivos, que parece que le dan un poco de tirria.

¿Obesidad infantil por malos hábitos inducidos? Veamos: enfermedades asociadas antes a adultos, como la diabetes tipo II, factor de riesgo para desarrollar en la edad adulta una docena de tumores, infartos, cardiopatías, alteraciones metabólicas, deterioro cognitivo y enfermedades de salud mental, problemas en los huesos, respiratorios (incluida apnea del sueño), reducción de la esperanza de vida, etc.

Para que Luis Planas no sufra y se ponga prescriptivo con el pobre sector, se me ocurre una idea mucho mejor que la de pedirle autorregulación y buena voluntad. Que sean los propios niños y niñas, ya que al fin y al cabo se zampan sin recato los bollos industriales, quienes se corten un poco. Como diría Pedro Sánchez, una idea imbatible.

Me gustan los Goya y voy con ‘El agua’

  • Que este año ha sido excepcional para el cine español también se nota en la categoría Dirección novel, donde ‘El agua’ destaca como un inteligente alegato político en el que lo real y lo sobrenatural se entreveran sin sobresaltos.El agua (1)

[Publicado originalmente en elDiario.es]. En casa nos gusta ver los Goya, somos así de raros. Cada año hacemos apuestas para las categorías principales y es verdad que, en esta edición, como se ha repetido, coincidimos en que llevarse Mejor película va a estar muy reñido. Mi favorita es Alcarrás, pero no me disgustaré en absoluto si este sábado se alzan con el premio Modelo 77 (que debería llevarse Mejor actor a Javier Gutiérrez) o As bestas, la favorita de mi pareja (y que debería llevarse sin discusión Mejor actor de reparto a Luis Zahera, aunque no entiendo por qué no figura como actor principal). Supongo que entre estas tres se repartirán Mejor película, Mejor dirección y Mejor guion original.

Con todo, la categoría que quizás más nos gusta es la de Dirección novel y, en esa sí, este año coincidimos sin fisuras. No habíamos llegado a tiempo para ver en cines El agua, pero por fin ya está en plataformas. El debut en el largometraje de Elena López Riera supone, como dijo en este mismo medio Javier Zurro, uno de los “más fascinantes del cine español reciente y una de las películas más diferentes de este gran año del cine español”.

A mí me atraen mucho esos autores, tanto en literatura como en cine, que saben mezclar con naturalidad el realismo con la fantasía. Lo hacía Saramago mejor que nadie o, de manera más reciente, novelistas como el cordobés Peréz de Azústre en Los nadadores. Si mencionamos clásicos contemporáneos, la película Olvídate de mí, con guion de Charlie Kaufman, sería otro ejemplo reconocible. En esa línea, se ha dicho que López Riera lleva a cabo un ejercicio de realismo mágico en la Vega Baja del Segura, lo que a mi modo de ver no es del todo cierto (aquí lo fantástico no es tanto una presencia tangible como un trasfondo oral y misterioso).

 

En ambas películas el mundo, con su realidad y su componente sobrenatural, queda encerrado, para trascenderlo, en las pocas calles de esos pueblos que, cuando salen en nuestras ficciones, lo hacen desde el costumbrismo o la nostalgia

El agua es, por un lado, realismo crudo, casi documental. Transcurre durante un verano cruel en una pedanía de Orihuela en el que un grupo de adolescentes no tiene mayores expectativas que las largas noches de pandilla y drogas antes de volver al tajo el lunes. Sin embargo, por otro lado, El agua es también las leyendas y consejas de la zona que, con acierto y por su propio empecinamiento, la directora intercala con testimonios reales de varias mujeres. De esa manera, el agua se transforma en un personaje más de la película, que poco a poco se acaba extendiendo por toda la historia. Fluye, si me permiten el juego fácil, para que al final todo desemboque de manera creíble, y realidad y consejas den forma a lo que, en suma, nos define: lo que somos, pero también lo que nos dicen que somos.

 

De ese modo, López Riera configura un relato de naturaleza profundamente política, en el que no ahondaré para no desvelar detalles de la trama, pero en el que entran en juego el patriarcado, las relaciones de poder en sentido amplio (la familia, la pareja, la maternidad, la comunidad, etc.) y los últimos manotazos de unos chicos que se abocan definitivamente a la edad adulta. El reto, en esa suerte de realismo sin concesiones y fantasía arraigada, pasa igualmente por reunir a un elenco creíble. Cabe resaltar que el grupo de chavales, buscados por el equipo de la película en los botellones de la zona, lo borda, y no solo su protagonista, Luna Pamiés, tan bien acompañada por el igualmente novel Alberto Olmo.

El agua me ha recordado a otro debut de hace un par de años, también escrito y dirigido por una mujer: Destello bravío, la originalísima y poco convencional cinta con la que Ainhoa Rodríguez fue recogiendo premios y en la que transita por algunos paisajes temáticos, y formales, más o menos similares. En ambas películas, además, el mundo, con su realidad y su componente sobrenatural, queda encerrado, para trascenderlo, en las pocas calles de esos pueblos que, cuando salen en nuestras ficciones, lo hacen desde el costumbrismo, la nostalgia o el feísmo y el tremendismo. Nada de eso ocurre aquí, y yo confío en que, sin desmerecer a sus contrincantes, el jurado de los Goya premie el pulso sereno, pero potente y arrebatador, de una película que presagia una mirada diferente.

Ucrania y el régimen de guerra

  • El ensayo ‘Esta guerra no termina en Ucrania’, de Raúl Sánchez Cedillo, analiza cómo el “régimen de guerra” echa por tierra las políticas de “éxodo” que deberían guiar a la izquierda

esta_guerra_no_termina (1)[Publicado originalmente en elDiario.es]. La lógica de guerra en la que ha entrado la Unión Europea, con la Comisión Europea convertida en “un centro de mando y coordinación político-militar”, supone una transformación histórica de la que quizás no seamos conscientes del todo. No en vano, ha sucedido en el breve lapso de un año, el que está a punto de cumplirse desde que Rusia iniciara la invasión de Ucrania. El entrecomillado pertenece a una cita del extraordinario ensayo Esta guerra no termina en Ucrania, de Raúl Sánchez Cedillo (Katakrak, 2022), quizás al analista más riguroso en esta coyuntura, y desde luego quien mejor ha sabido explicar las trampas del discurso casi único en el que se sustenta este nuevo régimen, el “régimen de guerra”.

A menudo se trae a colación la sentencia de Clausewitz, ya casi tópica, de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Hoy parece que, más bien, es la única política posible, en tanto que ese régimen, esa nueva lógica, acaba determinando todo campo de acción: presupuestos y normas fiscales, relaciones exteriores, legislaciones, bloques políticos, debates parlamentarios, pautas mediáticas. A caballo del “tigre belicista”, se crean bandos que, si no fuera por la terrible tragedia que presenciamos, resultarían irrisorios, sobre todo cuando se intenta comparar el conflicto actual con la Segunda Guerra Mundial, incluso con asertos tan extemporáneos como comparar a Zelenski y Putin con Hitler y Stalin, a veces de manera intercambiable.

Si Ucrania es el país más pobre de Europa se debe a que, desde inicios de siglo XX, «ha sido devastada por el capitalismo, la guerra, el fascismo, el antisemitismo, el estalinismo y la energía nuclear»

En realidad, como bien demuestra Sánchez Cedillo, esta invasión tiene un correlato más exacto en la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, si Ucrania es el país más pobre de Europa se debe a que, desde inicios de siglo XX, “ha sido devastada por el capitalismo, la guerra, el fascismo, el antisemitismo, el estalinismo y la energía nuclear”. Hoy, el régimen de guerra permite que, tanto en un bando como en otro, el esfuerzo bélico se sostenga en una “tramoya neoliberal, racista, xenófoba, misógina y LGTBIQ+fóbica”. Ahí tenemos el recorte de derechos laborales que Zelenski está implantando por la puerta de atrás, el reclutamiento forzoso de los hombres ucranianos de entre 16 y 60 años, con toda esa lógica de masculinidad guerrera, y la complicidad de la Unión Europea, que se niega a reconocer como asilados políticos a los desertores de ambos bandos. Sánchez Cedillo llega incluso a afirmar que vivimos “en la creencia de la omnipotencia del Estado-guerra, en el fanatismo fascista del destino racial o civilizatorio, y en el ser-para-la-muerte como verdadera posibilidad humana”.

Los discursos de corte imperialista y cuasi milenaristas de Ursula von der Leyen, como presidenta de la Comisión Europea, sin duda van en esa dirección (“Los ucranianos están dispuestos a morir por el sueño europeo”). Apuntala así este nuevo régimen y añade, a toda esa tramoya antes mencionada, la destrucción medioambiental. De hecho, en su bucle sin salida, solo cabe la escalada armamentística. De ese modo, el envío de armas a Ucrania, y no las sanciones reales a Rusia, roza el paroxismo, pero no resulta suficiente. La OTAN se compromete a hacer llegar más y más armamento pesado. Al tiempo, Borrell, en su pomposo cargo de Alto representante para las relaciones exteriores y política de seguridad de la Unión Europea, pide que la fiesta no acabe.

Pareciera que ahora no entendemos que la paz no es solo la victoria

Buena parte de la izquierda, de pronto, se vuelve desmemoriada. Quedan barridas décadas hacia el “éxodo”, a la desobediencia civil, a la despenalización de la protesta, a la reconquista del derecho a huelga, a la renta más allá del chantaje del trabajo asalariado, a la libertad de circulación, a la práctica legítima del contrapoder. Pareciera que ahora no entendemos que la paz no es solo la victoria, sino que debe estar vinculada a un proyecto “regional y global y de sociedad sin guerra, sin explotación de los seres humanos y de la biosfera”.

Sin embargo, muchos no olvidamos y, como recuerda Aitor Balbás en el epílogo de este libro, “en la paz, insumisión; en la guerra, deserción”.

Las migajas del PSOE

  • 43d485c5-b5b5-4d1f-b90b-695acb757153_16-9-aspect-ratio_default_0 (1)Las medidas que Unidas Podemos ha logrado incluir en el “escudo social” son migajas, así que asusta pensar qué haría el PSOE en solitario.

[Publicado originalmente en elDiario.es]. Asusta pensar de qué sería capaz el PSOE o, mejor dicho, de qué no sería capaz, sin el contrapeso que Unidas Podemos ejerce en el Gobierno. A fin de cuentas, las medidas que Unidas Podemos ha logrado arrancar al PSOE, con una negociación in extremis a final de año, son solo migajas que únicamente de manera muy pomposa cabe llamar “escudo social”.

Mientras el Gobierno sube la inversión en armamento, por otro lado reparte una vergonzante calderilla, una caridad que en nada trastoca el reparto de riqueza. Por mucho que diga lo contrario Pedro Sánchez, al final, esta crisis la estamos pagando los de siempre. Ciertamente no del mismo modo que en 2008, con alevosía, cachondeo y saqueo, pero habría que preguntarse hasta qué punto eso no es mérito de las peleas que libra Unidas Podemos, lo que no deja de suponer un magro consuelo.

En efecto, no cabe sacar pecho por las migajas que van a caer de la mesa en este 2023. ¿De verdad alguien se puede vanagloriar por la ayuda del cheque de 200 euros que puede recibir una familia entera con recursos reducidos en la que nadie perciba, por ejemplo, la miseria del Ingreso Mínimo Vital? ¿De verdad es una conquista que los contratos de alquiler de vivienda que venzan en la primera mitad de año se puedan prorrogar seis meses sin subida de precio?

Es obvio que debemos celebrar la mayor parte de las medidas que componen el «escudo social»; algunas, como el incentivo a los transportes públicos, de un valor incuestionable. Alivia que Unidas Podemos ejerza esa presión

Suena a un mal chiste. Sobre todo porque no hay visos de que, por fin, vayamos a contar con una ley digna de vivienda. De hecho, ni siquiera ha entrado en vigor, casi un año después, la que de manera tan frustrante el gobierno acabó por redactar y a la que Unidas Podemos, con toda la razón, exige algunas enmiendas. Aquí en Andalucía, y especialmente en Málaga, donde la vivienda ha experimentado el mayor encarecimiento de todo el país, sabemos de lo que hablamos.

Tampoco vamos a tener una verdadera reforma fiscal, sino esos retoques para la banca y las energéticas que, de manera increíble, solo son “excepcionales y temporales”. Eso, a pesar de que el cuento de que en España se pagan muchos impuestos ya no cuela, como demostró el CIS. Se ha llegado incluso a la paradoja de que, mientras en España los ricos pagan muchísimos menos impuestos que en nuestro entorno, y en Andalucía todavía menos, el Gobierno central decide eliminar el IVA de algunos alimentos. De ese modo pierde todavía más poder recaudatorio, un sinsentido que la propia Yolanda Díaz se ha tenido que tragar, como ha admitido. Ya experimentamos un despropósito semejante cuando el Gobierno, para aliviar la salvaje subida de la luz, rebajó el IVA de la factura, pero no tocó los beneficios de las energéticas, o solo de esa manera “excepcional y temporal” que con tanto ahínco remarcó Calviño. Ni siquiera cuando sabíamos que habían vaciado embalses, a ver si así nos exprimían más con la factura de cada mes.

Es obvio que debemos celebrar la mayor parte de las medidas que componen el “escudo social”; algunas, como el incentivo a los transportes públicos, de un valor incuestionable. Alivia que Unidas Podemos ejerza esa presión. Sin embargo, teniendo en cuenta que entramos en año electoral, no deja de alarmar que esto sea a todo lo que el Gobierno más progresista de la historia pueda llegar. Por eso resultan tan tristes las peleas por dirimir quién encabezará y con qué nombre la candidatura a la izquierda del PSOE en las próximas elecciones. El intento electoral puede revestir toda la dignidad que se quiera, pero seamos sinceros, no dejará de ser eso: la papeleta de las migajas.