He leído con atención la carta que publica Víctor Erice en El País sobre (o contra) la última novela de Elvira Navarro, Los últimos días de Adelaida García Morales. Lo primero que he hecho es tratar de ponerme en su lugar. Evidentemente me resulta muy difícil, pero puedo, en cierta medida, comprender su enfado, claro. Parece, no obstante, un enfado desproporcionado. Salta a la vista que, por muy comedido que intente ser el tono de la carta, al menos al principio, cuando se centra más en la novela que en la propia autora, todo en ella es visceral. Y claro, desde las vísceras se puede caer en argumentos un tanto gruesos, casi ingenuos, entre otras cosas porque incurre en contradicciones flagrantes: si ya desde el inicio se explicita en el libro que todo lo que vamos a leer es pura ficción, no tiene mucho sentido achacarle incorrecciones a su autora sobre la vida de García Morales.
Erice parece dolido porque, a tenor de algunos titulares, alguien pudiera leer la novela como una biografía real de los últimos días de su ex mujer. Esto es sorprendente. Navarro lo deja claro: a raíz de la anécdota real de los 50 euros que pidió García Morales en el Ayuntamiento de su pueblo para viajar a Madrid, ella se inventa una historia sobre qué pudo llevarla a esa situación. Y lo declara desde el inicio: no solo me lo invento, sino que para que no haya dudas de que es así, aviso de que ni siquiera he investigado nada de esos últimos días, o sea, que esto es pura ficción sobre lo que le podría haber sucedido a una persona real.
Ciertamente, la imaginación de Navarro nos ofrece un amargo retrato de una posible García Morales: pero es eso, un ejercicio de especulación e imaginación. Erice, probablemente desde el dolor, no logra aceptar ese contrato, y quiere creer que los lectores tampoco lo hacemos, lo que es, de nuevo, ingenuo. Además, el propio Erice hace lo que Navarro evita: contarnos datos reales, que pueden resultar morbosos, mucho más que un relato completamente inventado.
En cualquier caso, esto nos demuestra al menos dos cosas. La primera es que, para bien o para mal, no somos impunes a la (buena) literatura: la literatura sigue incidiendo en nuestra manera de ver el mundo, hasta el punto de que, se diría, a Erice, conocido precisamente por contar historias, le ha trastocado la suya. La segunda es que la novela de Navarro, y todo lo que está generando, recupera no tanto la figura como la obra de García Morales, lo que sin duda hacía falta, al menos en lo que se refiere a los dos libros que le valieron la fama.
Hay quizás una tercera, que de hecho es la que más está dando que hablar, pero la que menos me interesa: los límites entre la ficción y la realidad. En general, como digo, no me interesa ese debate, pero en este caso particular aún menos. Adelaida García Morales fue una persona real. Elvira Navarro ha escrito una novela. No veo el debate.