[Publicado originalmente en Librújula]. La semana pasada colgaba en redes la cubierta de algunas novelas que este año me han sorprendido por su ambición, lo que no equivale exactamente a las consabidas listas sobre los mejores libros de la temporada. Solo unos días después reparé en que todas ellas habían sido escritas por autores o autoras andaluces (por cierto, ahora también me doy cuenta de que publicadas por editoriales barcelonesas, lo que a estas alturas casi es una redundancia). No tengo ni idea de quiénes conforman el jurado del Premio de la Crítica de Andalucía, pero creo que en esta edición lo van a tener difícil. Aquí dejo, por orden cronológico de aparición en las librerías, constancia de ello:

  1. El don de la fiebre, de Mario Cuenca Sandoval: aunque nacido en Sabadell, Cuenca Sandoval reside desde largo en Andalucía, donde ya en 2007 fue galardonado con el Premio Andalucía Joven de novela. Después de quemar, literalmente, una primera versión de esta novela, la reescribió para construir un relato denso pero hipnótico, erudito pero diáfano, histórico pero actual, que a través de la figura de Olivier Messiaen, el llamado Mozart francés, nos habla de hasta dónde puede llevar un genio la mixtificación y la doblez moral aun (o precisamente por ello) en medio de algunos de los episodios más dolorosos del pasado reciente de Europa y así salvaguardar, como un valor absoluto, su propio arte, y de paso crear una leyenda en torno a ella.

  2. Sur, de Antonio Soler: el malagueño se alzó con la primera edición del premio Juan Goytisolo, convocado por el Ayuntamiento de Alcobendas, con esta novela que él mismo considera la más ambiciosa de su extensa trayectoria (aunque uno adjudicaría ese puesto a Apóstoles y asesinos, la novela sin ficción en la que a través de la figura de Salvador Seguí retrata el movimiento anarquista en Barcelona y la contrarrevolución estatal previa a la República). En Sur, sin que se nombre, la protagonista absoluta es Málaga, hasta el punto de que podemos afirmar que la ciudad ya tiene su gran novela. Las dieciocho horas que recorre Sur están transitadas por dos centenares de personajes que incluso cuando no se encuentran en la ciudad nos muestran sus entretelas, su composición abigarrada, llena de contrastes, su alma si se quiere, su miseria y su esplendor, su pureza y su corrupción, su cosmopolitismo y sus tradiciones intocadas, su pasado oficial y su pasado trasmitido de voz en voz por generaciones. Ya saben lo que dicen: cuando uno conoce una ciudad a fondo, descubre la paradoja de que es imposible conocerla de verdad. Eso es Sur, Málaga. Algunos corredores, como el que Soler fue en su juventud, y como es uno de los personajes, logran otra acometida después del sprint final. Ese doble sprint es, en palabras de su autor, lo que ha hecho con Sur.

  3. Feliz Final, de Isaac Rosa: el sevillano, probablemente el autor más reconocido de su generación, da una vuelta de tuerca más en su siempre sorprendente narrativa. Si con la novela que se dio a conocer, El vano ayer, abordaba un país y una época, libro a libro ha ido reduciendo su marco de acción hasta llegar, como en este Feliz Final (del que ya hablé en estas mismas páginas), a centrarlo en un discurso, el que crea –o disputa- una pareja sobre su separación amorosa. Rosa, que ya había hecho una pirueta deslumbrante al poner de protagonista al trabajo en sí en La mano invisible, vuelve a demostrar que muy pocos como él saben transformar, moldear y llevar por sendas inauditas el lenguaje para convertirlo no solo en argumentos e ideas, no solo en trama y ensayo, sino en una herramienta nada inocente con la que desarmar algunas de los lugares comunes más asentados, y de camino construir, a través del amor y el desamor, un retrato generacional, y por tanto de época, profundo, conmovedor y lleno de verdad.

  4. Cabezas cortadas, de Pablo Gutiérrez: desde San Lúcar de Barrameda Gutiérrez elabora lo que en las primeras páginas parece una distopía ambientada en un futuro más o menos cercano, hasta que descubrimos, como es habitual en su narrativa, que estamos en el aquí y el ahora. La precariedad y la expulsión (mejor que la emigración) de buena parte de una generación se cuentan aquí a través de una voz que se convierte en sí misma en protagonista. La propia manera de narrar de esa voz ya refleja la ansiedad, la incertidumbre, las contradicciones, el miedo, la formación académica sin traducción mercantil, la extrañeza de vivir en lengua ajena, la renuncia, la lucha, la soledad, la multitud, los privilegios después de todo, de un sector generacional. Una voz, más que un personaje, para un retrato global, ese el reto del que sale airoso Pablo Gutiérrez.

  5. Lectura fácil, de Cristina Morales: esta feroz novela, como todas las suyas, llega en realidad desde Barcelona, donde la granadina, la más potente y versátil voz de su joven generación, reside desde hace algunos años. La concesión del Premio Herralde a esta novela confirma lo que muchos veníamos adelantando desde su temprano Los combatientes: Morales es irrefrenable, se sabe dónde empieza, pero no dónde acabará, porque en sus manos la literatura es un arma cargada para abrir fuego a discreción y siempre desde la barricada incómoda de los márgenes y hacia el centro, hacia lo hegemónico. En esta ocasión Morales se pone en la voz, o en la lengua, de cuatro mujeres definidas como “discapacitadas intelectuales” y a través de esas cuatro voces o lenguas perfectamente diferenciadas derriba uno a uno, y sin compasión, los ladrillos del muro de las convenciones sociales, desde la moralidad hasta la sexualidad, el patriarcado, la política de la representación o las categoría médicas, pasando, evidentemente, por las normas narrativas. Brutal, en el más amplio sentido de la palabra.