Nunca antes había publicado uno nada y de pronto, cuando menos se lo esperaba -tres años después de su escritura y dos años después de que el jurado del Premio Herralde la incluyera en las deliberaciones finales- mi novela Miembros fantasma le interesa a una modesta editorial de Barcelona, tan modesta como que ni siquiera cuenta con distribución real para ediciones en papel. En cualquier caso, la novela comienza a llegar a algunas librerías y por tanto a algunos lectores: pocos, poquísimos, entre los cuales ni siquiera se cuenta un solo amigo. Recibe así uno la llamada de su hermana desde Madrid. Mis primas, mis tías, se han leído la novela. Todo cuanto me dice es esto: “Se han hartado de llorar”. Y uno entonces se da cuenta: da igual lo que haya escrito, lo que pueda decir sobre su propio libro, lo que haya pretendido contar. Cada reacción de la que tenga noticias le causará un solo afecto: el pasmo.