[Publicado originalmente en El buen salvaje (España)]. Hay un personaje en esta segunda novela de Javier Morales (Plasencia, 1968) que aparece hacia el final y se diría que hasta al autor le cuesta soltarlo, de manera que de pronto cobra un efímero protagonismo. Nuria es uno de esos personajes secundarios que deja al lector con ganas de saber más, que adivinamos que en sí mismo encierra una historia que sin duda podría rescatar su autor para una posterior novela, y quién sabe si no lo hará. Afirmo esto porque quizás sea ese personaje quien mejor concentra la idea que vertebra esta más que recomendable Trabajar cansa (publicada, igual que su anterior obra, en Baile del sol): que, siguiendo la expresión freudiana, la felicidad se sostiene en el amor y el trabajo y que, por tanto, como dice un personaje, si falla uno de los dos ejes se puede seguir caminando, así sea de modo renqueante, pero si fallan ambos caemos en el abismo. Lo que hace Morales, en la estirpe de la literatura que mejor sabe leer su tiempo, es situar la posibilidad del amor y el trabajo en su contexto social.
Para ello, se vale de la historia paralela, con varias intersecciones, de dos parejas de mediana edad cuya crisis afectiva corre a la par que la económica. La prosa de Morales va directamente a la esencia, es la de un observador neutro y distanciado al que solo le interesa la médula del asunto que trata, y por eso carece de alharacas y florituras.
Trabajar cansa, que toma el título del conocido poema de Cesare Pavese, quiere avanzar con precisión de cronómetro en una cuenta atrás cuyo final se nos anuncia en la primera frase. Así, todo lo que queda en los márgenes no interesa. Estamos, por tanto, ante una novela corta que persigue la eficacia, sin que ello obste para que Morales haya construido unos personajes atractivos y representativos, con sus luces y sus sombras, sin maniqueísmos, ni heroísmos ni bajezas estridentes.
No es cierto eso de que en la guerra y el amor todo vale, pero Trabajar cansa nos muestra que quizás en el amor y la guerra (el trabajo) todo se pone a prueba, como si solo en esos dos ámbitos se revelara la verdadera naturaleza de cada quien, especialmente cuando entran en crisis. Algo que aprendemos en esta novela (y no son muchas las novelas de las que aprendemos) es que quizás el amor y el trabajo son solo los frágiles alfileres en los que nos sostenemos, tanto social como personalmente, porque en momentos de terremoto se derrumban sin compasión para dejar desnudo nuestro verdadero armazón. Y ahí ya no hay trampa ni cartón: ya no cuenta tu nómina o tu falta de ella, ya no cuenta tu estatus, la estabilidad de tu vida en pareja o sin ella. Ya solo cuentan tus fuerzas para saber componerte con los otros golpeados por la misma crisis y descubrir de qué va, por seguir con Pavese, el oficio de vivir. Por eso, acabamos reparando en que no solo trabajar cansa: puede que también amar.
Eso es quizás lo que sintetiza el personaje de Nuria, con el que comenzaba esta reseña. Y por eso, si algo hay que lamentar de esta novela, es que Javier Morales haya optado por la brevedad, porque uno quisiera haber aprendido aún más, y se atreve a pedirle a su autor que nos cuente qué ha sido de ella.