[Publicado originalmente en Librújula]. No es solo lo que se cuenta, sino también cómo se cuenta. Recordar semejante evidencia nos da una idea de cómo está el panorama literario, o la crítica literaria, últimamente. Pero conviene recordarlo a propósito de esta brutal, conmovedora, impactante y por momentos desoladora Feliz final, en la que Isaac Rosa ha dado lo mejor de sí, que es casi como decir lo mejor de toda una generación. Y también conviene recordarlo porque se está hablando mucho sobre el asunto de esta novela, la separación amorosa de una pareja compuesta por una mujer y un hombre de unos cuarenta años, pero poco de cómo Rosa hace del lenguaje una narración en sí, de cómo cada elección discursiva es parte consustancial del argumento: optar por las dos voces que componen la pareja, sí, pero también por que en el tono de cada una esas voces, y no solo en lo que dicen, percibamos las diferentes e ineludibles etapas de todo duelo amoroso, desde el abatimiento hasta el odio y la indiferencia, y que esa narración avance precisamente a medida que retrocede: Feliz final arranca en el epílogo y se va remontando a los inicios de la historia de amor.

Isaac Rosa ha dado lo mejor de sí, que es casi como decir lo mejor de toda una generación.

¿Una historia de amor? Historias de amor hemos leído y visto a miles, así que, ¿se puede decir algo nuevo aunque sea a través de los deslumbrante estallidos de una prosa como esta, llena de metáforas, comparaciones y ramificaciones sobrecogedoras? Todo amor, pero también toda separación, supone una disputa por un relato, nos viene a decir Feliz final, porque quizás, en resumidas cuentas, nos queremos mal, que es el punto de partida que llevó a Rosa a escribir esta novela. La disputa por ese relato es lo que convierte Feliz final en una novela asombrosa que consigue lo que solo la mejor literatura alcanza: contar lo de siempre de manera que nada sea lo de siempre. Feliz final sacude, a veces hasta la asfixia (quien esto escribe tuvo que parar la lectura exactamente en la página 89 y tomarse un respiro), porque en esa disputa los lectores presenciamos lo que no ven sus protagonistas: los esfuerzos agónicos de cada uno de ellos por construir el lenguaje y el sentido que logren imponer su propio relato.

¿Podemos explicar el auge y declive de nuestra historia amorosa mediante la gráfica de nuestro saldo bancario, como pretende una de las voces, o es que siempre vamos a usar el comodín del capitalismo para esquivar nuestras responsabilidades personales, como de alguna manera replica la otra? ¿Todavía vamos a confundir el sexo con el deseo, las infidelidades con la traición o el engaño, de verdad podemos usar el sufrimiento para expiar nuestras propias culpas? ¿En qué momento dejamos de componernos, fuimos dos individuos sin otro proyecto común que el de la inercia? ¿Y de quién fue la culpa? O peor, ¿es que en la disputa por el relato no vamos a asumir la responsabilidad compartida? Claro, entonces ya no éramos una pareja.

Podemos explicar el auge y declive de nuestra historia amorosa mediante la gráfica de nuestro saldo bancario, como pretende una de las voces, o es que siempre vamos a usar el comodín del capitalismo para esquivar nuestras responsabilidades personales, como de alguna manera replica la otra?

No lo olvidemos, esta no es la historia de un amor, sino la implacable y precisa disección a dos voces de una ruptura que sirve de epítome sobre los modos afectivos de una generación y una época. Por mucho que para comprender un desenlace haya que remar contracorriente, Feliz final, ya desde su título, pone todo del revés. La pregunta, por consiguiente, quizás no es tanto por qué nos amamos mal, sino por qué nos separamos mal. La respuesta, por muy intuitiva que resulte, nos debe atravesar, partirnos, dejarnos vencidos como a mí en la página 89. Haber conseguido todo eso confirma, de nuevo, que Isaac Rosa sigue siendo una de las mejores noticias para literatura en español.