[Publicado originalmente en Librújula]. El ojo vago supone el delicioso debut en la novela en español de Xandru Fernández, uno de los escritores más renombrados, y galardonados, en lengua asturiana. Aprovechando la concesión del premio de la crítica asturiana a la mejor novela en castellano, Pez de Plata acaba de lanzar la segunda edición, una ocasión que los lectores deberían celebrar, porque El ojo vago es un festín de imaginación, humor soterrado y peculiares recreaciones históricas que nos llevan desde los antiguos pueblos del cuerno de África hasta los confines del subcontinente indio a través del imperio fracturado que provocó la muerte de Alejandro Magno para acabar aterrizando en el Londres de nuestros días, pasando, por ejemplo, por la Unión Soviética de Stalin. No obstante, todos esos saltos, siempre hacia adelante y sin otro criterio aparente que el gusto o predilección de su autor, nos sitúan invariablemente en los arrabales de la historia con el fin de mostrar que «la vida no es sencilla para las gentes sencillas», manera irreverente de exponer la lucha de clases avant la lettre.
El ojo vago parte de una gamberrada que dará el tono del resto de la narración: un grupo de almas tiene el capricho de la transmigración, con la particularidad de que siempre acaban por aterrizar en cuerpos más bien próximos en el tiempo y el espacio. Esto les ofrece la oportunidad de ajustar cuentas iniciadas en un pasado que, tal vez, tuvo lugar hace siglos, lo que ya puestos les permite burlarse de algunos malentendidos históricos (ahí queda revelada la verdadera identidad de Jesucristo, sin ir más lejos).
Las reglas del juego, como se ve, resultan generosas, lo que en el fondo es un arma de doble filo, pues todo se fía a la carta única de la fantasía del autor. Con la excusa de un débil hilo argumental, un Macguffin, para que nos entendamos, que no desvelaremos, Xandru Fernández se vale del ardid de la transmigración para ofrecernos escenas líricas, o hilarantes, a veces hipnóticas, otras trepidantes, siempre instructivas y, desde luego, vivaces y verdaderas dentro de sus reglas disparatadas, como si en efecto el lector sintiera que viaja a través de esas almas aventureras para presenciar, desde una atalaya privilegiada, lo que hacían en la Historia quienes no hacían la Historia. Y desde ahí se obtienen varias conclusiones, empezando por esa de que la vida nunca ha sido sencilla para las gentes sencillas, pero también que quizás, en su papel modesto, en sus disputas, pesares y desvelos nunca reseñados, del mismo modo se encuentra parte esencial de eso que conforma el espíritu de una época, o quizás no, porque seguro que cada lector extraerá distintas lecciones.
Tal vez a la novela le lastra en ciertos pasajes una prosa demasiado correcta, o formal, que a pesar de su sutil humor, mala leche o críticas veladas, demandaría una estilo algo más desenfadado. En cualquier caso, quien esto firma ha disfrutado de lo lindo con El ojo vago, no solo por lo que cuenta ni por cómo lo cuenta, sino porque en todo momento ha notado la inteligencia que destila cada uno de sus pasajes, es decir, ha sentido que le trataban como a un lector inteligente. En eso debería consistir la buen literatura, y queda demostrado que Xandru Fernández lo sabe.