[Hace millones de años, cuando yo era un joven aspirante a novelista, entrevisté para la revista babab.com a Rafael Chirbes, que hoy ha recibido el Premio Nacional por En la orilla, motivo por el que recupero este viejo texto].

Es Rafael Chirbes uno de esos escritores que, sin hacer ruido, ha cosechado un gran número de sinceros admiradores. Su obra es la de un novelista inmerso de lleno únicamente en la literatura, ajeno al mundillo y a los medios de comunicación y capaz de guardar en el cajón originales que entusiasmaban a sus editores. Babab ha hablado con este valenciano que, desde hace un par de años y sin que eso le atosigue, no entrega nada a la imprenta.


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EL CORAZÓN DE LOS ASESINOS

Rafael Chirbes ha vuelto a Valencia, la tierra natal que abandonara de niño, ahora que ronda los cincuenta años. De algún modo esto es significativo en la trayectoria de un hombre que ha vivido por media España, que se gana la vida escribiendo artículos de viajes y que de su estancia como profesor de español en Marruecos contrajo experiencia suficiente para, allá en el año 1988, publicar su primera novela, Mimoum, con la que quedó finalista del Premio Herralde. Desde entonces a hoy ha llovido mucho: cinco novelas más y alguna que otra guardada en un cajón. La última, La caída de Madrid, cuenta con un personaje que siente nostalgia del lugar en el que nació, Valencia, y ya anticipa por lo tanto lo que de alguna manera es la vida de Chirbes. «En realidad -nos dice su autor- en esa novela cada personaje es una parte de mí, hasta el punto de que se podría leer como una autobiografía«.

SANTIAGO FERNÁNDEZ: Sin embargo, en Mimoum, el ambiente es casi irreal y no parece que reflejase nada de lo que le rodea.

RAFAEL CHIRBES: Mimoum es la novela de un perdedor de la transición. Es un hombre que llega a Marruecos y descubre que los paraísos no existen, que el mismo desencanto que llevaba lo encuentra allí. En Alemania, donde no sé por qué mis libros tienen éxito, hicieron una lectura política de la novela…

SF: No se ve clara esa lectura.

RC: Cuando apareció esa novela, en el año 1988, éramos un país eufórico, europeo, «socialdemócrata-feliz», cuando la ironía y la comedia parecían la única opción literaria posible. Quise hacer una novela pesimista que sirviera como contrapunto de eso. Así es que, aunque el código literario sea diferente al de resto de mis obras (ésta es rara, algo gótica), forma parte del mismo ciclo que las otras. En realidad, habla de un personaje de lo que Haro Ibar denominó «la generación bífida»: con la llegada de los socialdemócratas al poder, que pertenecían a una generación autodenominada «del 68», conocimos delincuentes y ministros sentados juntos, trepas que acabaron en puestos de la Administración y otros metidos en la heroína. Decía que el protagonista de mi libro es un perdedor de esa generación porque no se apuntó al oportunismo.

SF: Utiliza usted palabras como «generación» cuando algunos de sus libros, como La buena letra, tienen un marcado carácter intimista.

RC: Yo intento preguntarme qué pasa a mi alrededor pero también qué me pasa a mí mismo. A partir de ahí surge el libro. No es que haya intentado, como mucha gente cree, hacer un ciclo narrativo desde la posguerra hasta nuestros días, pero inevitablemente mi formación (estudié Historia) y mi miedo a la literatura en abstracto (siempre he ligado la literatura al resto de las actividades del hombre, no la veo como un juego intelectual) acaban por hacerme reflejar mi tiempo. Al fin y al cabo nos vamos haciendo a medida que vamos viviendo, y eso lo refleja la literatura.

SF: ¿Incluso, como decíamos, cuando aparentemente la historia es más intimista?

RC: La buena letra es un libro que aparece en el año 1992, cuando estaba de moda ser moderno y hacer dinero, teníamos la Expo y las Olimpíadas y la literatura que miraba hacia atrás estaba obsoleta. Ese estado de cosas lo resuelvo con una madre anciana cuyos hijos quieren vender sus terrenos para construir. A partir de ahí surgen las contradicciones porque todo lo material tiene un soporte ideológico: por ejemplo, el Marqués de Salamanca construyó un barrio madrileño en función del modelo que él tenía presente de burguesía. Del mismo modo cuando se tira una casa para construir otra se destruye una parte fundamental de la memoria, la de los perdedores de la guerra en el caso de la novela.

SF: Lo cierto es que en su libros, aun en los más aparentemente introspectivos, está muy presente su tiempo.

RC: Es que no entiendo lo privado sin lo público ni lo público sin lo privado. En eso soy balzaquiano, con perdón de Balzac, y creo en su máxima de que «La novela es la vida privada de las naciones». Me gusta mucho la gente e intentar ponerme en la cabeza de cada uno. Los asesinos tienen también su corazoncito, y eso no quiere decir que los quieras. Si pretendes escribir novelas, y no editoriales de periódicos, tienes que tener eso en cuenta y narrar lo privado de cada personaje: ése es el espacio de la novela y si lo pierdes se pierde la literatura. Yo no he hecho una novela de la transición, por ejemplo, he hecho una novela de personajes en la transición. Galdós no hace una novela de la época isabelina: Galdós hace a Torquemada y nos emociona.


UN AUTOANÁLISIS NO BUSCADO

Es Chirbes un escritor galdosiano, de ritmo pausado y donde siempre priman las historias y los personajes por encima de cualquier artificio. Cuando apareció Mimoum, su primera novela, tenía treinta y nueve años y ya llevaba toda la vida escribiendo y desechando originales. Por eso se agradece la sabiduría de un primer texto en el que el lector reconoce ya a un autor de fuste. Ese buen hacer se continuó con En lucha final, La buena letra y Los disparos del cazador, todas ellas novelas cortas que emocionan. Se trata de historias intimistas en las que quedan reflejados conflictos amplios, y todo ello sin maniqueísmo ni tesis. Y es que este admirador de Max Aub sabe que es trampa «sacar al enemigo tonto»: eso es lo apasionante de Aub, dice, que en sus libros todos llevan razón y uno se puede dar cuenta de las carencias de su propio discurso. Para Chirbes, la culminación de su trabajo es La caída de Madrid, su última novela hasta el momento. Es un libro coral, ambientado en Madrid pocas horas antes de la muerte de Franco. Dice el escritor que es su mejor obra y que nadie le apeará de esa opinión porque con este libro aprendió como con ningún otro. Le ha marcado de tal modo que cuando la leyó se descubrió a sí mismo tantas cosas, tantas miserias interiores, que no ha sido capaz de escribir nada desde entonces. Sin embargo, quien esto firma considera La larga marcha su obra maestra. Es un reflejo acertadísimo de su generación, y no tanto por lo que cuenta de ésta, sino porque antes de presentarnos a los numerosos personajes nos ha narrado, magistralmente, la vida de su padres. El lector, al contrario que los propios protagonistas, sabe de dónde vienen éstos y comprende las posturas de sus padres. Y es que los hijos, como en la vida real, desconocen episodios vitales (humillantes y heroicos, como todo en aquella primera posguerra que no concedía medias tintas) de sus mayores que al lector, por el contrario, no le son hurtados.

RC: Cuando escribo no sé realmente de lo que lo voy a hacer. De hecho si lo supiera no escribiría, porque me resultaría muy aburrido. Yo voy viendo cosas que no me gustan y hago un personaje que refleje eso. Después a lo mejor ese personaje lo quito, pero ya en ese proceso estoy aprendiendo: aprendo a escribir y a leer. Cuando termino una novela y luego la leo es sólo cuando me entero de lo que trata. El libro siempre sabe más que tú, y si no es así o ha expresado menos de lo que creía no lo saco. Una gran parte de cada libro se escribe con el subconsciente, si no resulta muy esquemático, muy de voluntad intelectual. A mí me gusta que los personajes cojan su propio ritmo y hagan cosas que no tenía previstas. Creo, en definitiva, que la literatura tiene que ser un remedo de vida.

SF: Parece como si en cada novela hiciera un ejercicio de autoanálisis.

RC: Así es, aunque yo no soy nada psicoanalítico. Pero ocurre que cuando el libro sale a la calle ya no te importa nada sobre él, porque empiezas a ser otra persona diferente, ya que el libro te ha permitido analizarte y partir de un nuevo punto. Cuando tienes que conceder una entrevista, por ejemplo, razonas y te dices que todo eso es bueno par ti y para tu libro, pero en el fondo ya te da igual.

SF: Publicó usted por primera vez a una a edad que hoy día llama la atención, cuando los autores son cada vez más jóvenes.

RC: En realidad llevaba toda la vida escribiendo. Mi primer cuento lo hice con cinco años. Antes de Mimoum había escrito una novela que no me publicaron. Llegué a pensar que con los artículos de viaje saciaba mi vocación literaria. Pero luego me enfrasqué con la novela, que al principio iba a ser muy extensa y luego una colección de cuentos. Lo cierto es que hasta el momento no he publicado nada que no me gustara. El manuscrito de Los disparos del cazador me lo devolvió Herralde, que le había gustado mucho a él, pero que se lo pedí y lo tuve una año en casa hasta que cambié algunas cosas. Luego escribí otra novela que me guardé porque me parecía mala. Antes de La caída de Madrid también le mandé otra que finalmente no quise publicar porque no me convencía.

SF: Esa mentalidad le mantiene alejado de los medios y la popularidad.

RC: Es que no tengo afán de ganar dinero ni prestigio con la literatura. No me gusta mucho el mundillo literario. Siempre digo que está bien no ser casi nada, porque al mismo tiempo te da libertad y un poco de seguridad (seguridad que no tendría si no fuera nada y no publicase). Yo estoy muy contento con mi éxito en Alemania, porque me da confianza en mí mismo y me libro de los manejos de aquí.

SF: Tampoco es que pare usted mucho por aquí.

RC: Escribo de vinos y viajes para Sobremesa, pero cada vez me cansa más viajar, porque voy solo y cargado de cámaras, y al final es un poco triste. Pero la verdad es que ya no sé lo que me gusta, porque tampoco sé estar quieto. Llevo unos años en los que, además, he perdido la facultad de sistematizar, del sentido del orden, y ya mezclo en mi memoria las calles y rincones de la ciudades que he visitado. A veces creo que conocer no va servir de mucho más… Es una broma, todavía no soy un viejo prematuro, pero sí que pierdo capacidad para apasionarme con las cosas y las novedades. Quizás por eso no he vuelto a escribir en serio desde La caída de Madrid. Pero imagino que volveré a hacerlo: hay muchas cosas que no me gustan.

De seguro que volverá a hacerlo. Cuando se oye hablar a Rafael Chirbes se sabe que en su cabeza no dejan de bullir ideas y argumentos. Es algo que se nota en la manera de hablar y de mirar. Chirbes es un novelista, y esa condición se extiende a todos los ángulos de su vida. Si un escritor cree, como él, que cada novela le sirve para conocerse, es cosa sabida que jamás podrá dejar de escribir. Si además dice que después de cada libro parte de un nuevo punto, hace tiempo que ya arrancó hacia una nueva novela. Aunque aún no la haya empezado, o no tenga claro cómo llevarla a cabo. La nueva novela de Rafael Chirbes, no lo duden, comenzó el día en que puso punto y final a la última.

Un comentario sobre “ENTREVISTA CON RAFAEL CHIRBES: «los libros siempre saben más que su autor»

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