cubierta-buensalvaje-septiembre[Publicado originalmente en el número 4 de Buen Salvaje-España]

Hace algunas semanas, el crítico Luis Matías López, que en su día se había ocupado de mi novela Grietas, entraba en contacto conmigo. Estaba trabajando en un artículo de fondo sobre “la novela de la crisis”, y me preguntaba si en mi opinión existía algo así como una narrativa de los indignados. Lo cierto es que hasta ese momento era un asunto sobre el que no me había parado a pensar demasiado. Me di cuenta, una vez que hablé con él, de que prefería ordenar algunas ideas por escrito.

Cuando en mayo del año pasado se publicó Grietas, que acababa de obtener el Premio Lengua de Trapo, fui el primero en sorprenderse al ver la foto de la cubierta, que no me había sido consultada previamente: una imagen de la Puerta del Sol, atestada por una concentración fácilmente identificable como “15-M”. Mi novela transcurre sobre todo en Málaga, muy lejos de la Puerta del Sol, y arranca un año después del 15-M, el movimiento que recorrió todo el país a lo largo de 2011.

Alguien dijo que el 15-M era una presencia constante en la novela, que sin ese estallido no se comprendería a los personajes. Exactamente era así, y así lo reconocen ellos mismos. Me interesaba reflejar no tanto el 15-M, que como digo no aparece en la novela, sino las consecuencias que tuvo en la subjetividad de algunas personas. El 15-M fue, además de un movimiento político que hoy heredan las candidaturas municipalistas (yo mismo formo parte de Málaga Ahora), una explosión de la subjetividad social. Una revolución política no es tal si no comporta ese cambio subjetivo. Es más, ese cambio subjetivo puede suponer una revolución política aunque no se plasme de manera inmediata en las instituciones.

¿Era por tanto Grietas la novela de los indignados? En varias entrevistas que concedí por entonces recogían una frase supuestamente mía: que en la narrativa española contemporánea mi generación no estaba reflejada. No era cierto, yo no decía eso, así que a partir de entonces me aseguraba de que replicaran con exactitud mi frase: la narrativa española apenas había reflejado a un sector de mi generación. Ese sector equivalía al que ahora los medios llaman “los indignados”, pero para mí no era solo eso. ¿En qué parte de la narrativa española habíamos estado reflejados los activistas políticos, los militantes, los miembros de los movimiento sociales, en definitiva, los “autónomos políticos”, como decíamos hace años? En alguna novela de Belén Gopegui, de Isaac Rosa, de Fernado Díaz. Poco más. Ni siquiera en autores claramente “políticos”, por otra parte admirados, como Rafael Chirbes.

Sencillamente, “los indignados” no estábamos. Por lo menos, esa esa etiqueta mediática valió y aglutinó, y facilitó que salieran a la luz colectivos hasta entonces poco presentes en la prensa. La crisis, con una proliferación de novelas más o menos de carácter “social”, con el estallido del 15-M, las mareas, la PAH y ahora el municipalismo, dio una pequeña oportunidad para que ese sector generacional que yo echaba en falta pudiera tener su lugar.

Yo quería ocupar ese lugar. No quería esperar a que alguien escribiera sobre nosotros y nosotras. No quería una mirada externa, un retrato cargado de lugares comunes y estereotipos como los que había leído en otras partes. Quería una mirada desde dentro, que reflejara las particularidades, los rasgos distintivos. Quería suplir ese vacío, y sabía que el momento era propicio. De hecho, seguramente no hubiera ganado el Lengua de Trapo diez años antes con una novela parecida, en la que se manejan intuiciones quizás arriesgadas: que hay enfermedades, como la anorexia que padece su principal personaje, que son patología sociales propias de un contexto patriarcal y capitalista, por razones que exceden este espacio.

Y sí, tal vez era el momento adecuado para que Grietas recibiera la atención del jurado, ¿pero significa eso que hay una narrativa de los indignados? No lo creo. Sí creo, en cambio, que ha surgido una narrativa en la que el sujeto protagonista deja de ser individual para transformarse en colectivo, por mucho que la historia se encarne siempre en personajes no grupales. En otras palabras, hay hueco para una novela política, que no ideológica: una novela no condicionada por dogmas y ortodoxias, sino por un descontento social que en muchas ocasiones desborda los estrechos márgenes de la ideología de Libro y se concreta en lo que ahora llamamos “nueva política”. Algo así resulta impensable sin lo que aprendimos del 15-M. Por consiguiente, no creo que haya una narrativa del 15-M, pero sí una narrativa que no se entendería sin este.

Muchos escritores lo sabían. Ahora también las editoriales.