[Columna del 24/12/2015 en Viva Málaga] Un rasgo distintivo de la vieja política es su querencia por el chantaje a la ciudadanía. Eso es lo que hace cuando nos plantea cuestiones fundamentales en términos dicotómicos, o conmigo o contra mí. Nos convierte en reos de su incapacidad, de su estrechez de miras y de su falta de altura. Nos trata, en definitiva, como a idiotas intelectuales, y así nos alecciona igual que un buen padre, a veces en tono balsámico, pero cuando hace falta con una regañina.
No rompamos España, nos dice, como si el país fuera un juguete que debemos mirar en la distancia mientras papá lo manipula en sus expertas manos. A veces, si acaso, papá nos deja tocarla un rato, para ver qué se siente. Si le pedimos que nos describa ese artilugio, la respuesta es inequívoca: «España es lo que yo diga», y su bandera es tricolor: azul, rojo y ahora también naranja.
Así las cosas, en la familia de al lado nos dicen que «Cataluña también es lo que yo diga» y, lo que resulta peor, solo vale si lo digo yo. No importa tanto el Process como que el Process se identifique con mi persona, exige papá Mas a una CUP que incluso lo toma en serio.
Ni la política, ni la vida ni desde luego España son una dicotomía. Frente a esos falsos dilemas, Podemos, y la confluencia catalana En Comú Podem, plantean una tercera opción: por un lado, España puede ser diferente a la del PPSOE-C’s y reconocer sus diferentes naciones y, una vez hecho esto, la familia catalana decidirá si prefiere esa nueva casa o legítimamente construir otra por su cuenta.
Descubrimos, entonces, que romper el dilema no es romper ningún juguete. Cuando unas elecciones generales no se interpretan en términos plebiscitarios, En Comú Podem resulta con mucho la fuerza más votada en Cataluña, al tiempo que un 20% de los españoles optamos por fugarnos de la dicotomía. La vieja política, sin embargo, mira hacia otro lado, sin darse cuenta de que al final se enfrentará a otro dilema: tumba o nicho.