La precariedad también es personal
Uno se pregunta cómo sería nuestro panorama literario sin las sorpresas que de vez en cuando nos deparan las pequeñas editoriales. En este caso hay que agradecerle a Caballo de Troya el descubrimiento de una escritora excepcionalmente sutil, con una mirada en especial dotada para el detalle y un preciso sentido del ritmo que sin duda debe mucho a esa acertada combinación de prosa de aires clásicos a la vez que apegada a su tiempo.
Marta Caparrós (Madrid, 1984) ha reunido en Filtraciones cuatro nouvelles, y dos de ellas («Atrevimiento» y «Los mejores deseos») deben ya figurar entre lo mejor que su generación ha escrito en nuestro país. Me atrevería a decir que «Vacaciones», la primera del libro, es también la primera que fue escrita. En ella, la más breve, encontramos algún trazo grueso, cierta precipitación en algunos pasajes y algo de esquematismo. Pero también en ella asombra ya la mayor virtud de toda la obra: Caparrós se vale de un hilo invisible para suturar dos retales en un único tejido: por un lado los conflictos íntimos, de pareja, familiares o de amistad, y por el otro la situación estructural, ya sea de precariedad económica, laboral, política, etc. Es frecuente que esos dos ámbitos se pasen por una tamiz demasiado burdo: panfletario, diríamos. En el caso de Filtraciones hay una sola y tupida urdimbre, lo mismo que en la vida.
Que una narración nos cuente que lo personal es político carece de originalidad. Que una narración nos lo demuestre es otra cuestión. Para eso hace falta que el texto exprese más de lo que parece decir, que cada detalle sea revelador, que cada párrafo haya producido en sus personajes un cambio tan inapreciable como en la vida, pero cuya acumulación acabe por guiarnos, de modo natural, a otro lado. Nos mueve. Marta Caparrós nos mueve arrastrados por una corriente lenta pero incesante. Esa sutileza, marca de su autora, nos deja deslumbrados cuando al cabo de pocas páginas, cada una de las nouvelles nos confirma esa máxima que, dicen, debe regir la buena literatura: no salir igual que uno entra, pero no haberse dado cuenta de ello.
Casi todos sus personajes son treintañeros condenados a una juventud demasiado larga, toda vez que la crisis ha pospuesto los ritos de paso que antes certificaban la entrada en la madurez. Se acabó el anhelo de estabilidad, y ahora corresponde sobreponerse a la ansiedad de una incertidumbre constante y, en ocasiones, malvivir a salto de mata. Así, vemos a mujeres dudando sobre su próxima maternidad en términos puramente materiales, a parejas que se aferran a una ilusión de amor para contrarrestar el precario equilibrio de todo lo demás, a hijos e hijas que, sin fuerzas para encarar problemas acuciantes, se ven abocados a prolongar la dependencia de sus padres, baluartes de aquel estado de bienestar que se suponía que iban a entregar en herencia. Vemos, también, la inmadurez emocional como defensa frente a la realidad demoledora, que en principio podría expresar el personaje de Álex («Los mejores deseos»), pero que a mi juicio encarnan mejor sus amigos: personas que sí han sabido adaptarse sin demasiada nostalgia a estos tiempos escurridizos, pero que, en un desesperado esfuerzo, se agarran a una quimera de permanencia, así sea la de una amistad a todas luces imposible.
Para reflejar estas realidades poliédricas, que operan en el ámbito privado como reflejo del público, a Caparrós le basta a veces con un detalle, una insinuación que nos delata los micromachismos dentro de una relación, los rencores acumulados, el hastío ante la rutina, el apego resignado a la familia, la resistencias frente al amor, etc.
Si es cierto, como hemos dicho más arriba, que la originalidad no radica en contarnos que lo personal es político, sino en que lo vivamos, espero haber convencido a los lectores de que Filtraciones es uno de los mejores debuts de los últimos años. La generación de los ochenta está de enhorabuena. Al menos en lo literario.
[Publicado originalmente en la revista Buen Salvaje]