El río y el parque
La historia idealizada de cómo se gestaron Alicia en el país de las maravillas y Peter Pan nos la han legado sus propios autores. Lewis Carroll dejó escrito en sus diarios un relato bucólico del paseo en barca por el Támesis con las hermanas Lidell, tres pequeñas entre las que se encontraba Alice, su favorita. Ante su insistencia el joven sacerdote que todavía era Charles Lutwidge Dodgson fue desgranando, para asombro tanto de las niñas como de otro colega que bogaba junto a él, la disparatada historia de Alicia y sus aventuras en un mundo subterráneo. Aquel cuatro de julio, siempre según su relato, lucía un espléndido sol sobre Oxford. El río Támesis, como cualquier corriente que fluye por su cauce natural, no deja de ser un devenir constante que pretende, por consiguiente, fugarse de su territorio, que busca, en términos de Deleuze y Guattari, su aterritorialidad. Por eso Carroll no podría haber concebido el País de las Maravillas en otro lugar.
J. M. Barrie, que cuatro décadas después daría para el teatro la obra Peter Pan, no debía considerar el Támesis, a su paso por Londres, el escenario ideal para sus paseos con los hermanos Llewelyn Davies. En su caso son los Jardines de Kensington los que adornan su recuerdos. Aún hoy se alza la estatua de Peter Pan en esos mismos Jardines, donde Barrie concibió y caracterizó en alguna ocasión al pequeño Peter Llewelyn Davies o a sus hermanos como Peter Pan. Del mismo modo que cualquier parque público, los Jardines de Kensington representan un territorio, más que acotado, estructurado, un lugar que puede sufrir modificaciones, pero siempre dentro de esa misma estructura que lo sobredetermina. Y de eso, precisamente, trata Peter Pan en su versión más celebrada, la novela publicada en 1911 bajo el título de Peter y Wendy.
La estructura se barre en primavera
La historia de Peter Pan es la de la trágica lucha por la identidad, entendida además como una construcción social, y por tanto estable y convencional, asentada así sobre roles tan rígidos que exigen, para su desbaratamiento, un viraje lo bastante radical para que sólo pueda ser imaginado en un mundo de fantasía: Nunca Jamás, precisamente el lugar del que Peter Pan quiere escapar, así sea mediante la muerte, a la que evoca de manera poética pero también morbosa. La historia de Peter Pan es la de alguien que sufre como una condena vivir en un mundo-río, en un mundo-devenir, y que anhela fugarse a un mundo-parque, a un mundo-estructura.
Ya desde el inicio de la novela Barrie sienta las bases ambivalentes que guiarán todo su relato: la fantasía, las aventuras, el aparente desprecio a las normas sociales, son sólo el contrapunto necesario para sustentar justamente lo contrario, es decir, lo estático, lo correcto. Así, en el primer encuentro entre Peter y Wendy (un nombre, por cierto, inventado y popularizado por el propio Barrie), Peter ha estado a punto de perder su sombra, que ahora intenta pegarse a los talones con jabón, sin resultado alguno. La niña es quien finalmente se la cose a los talones y con cada puntada presentimos ya que de eso tratará el libro: de mantener a cada quien en su sitio, y cualquier desplazamiento reducirlo al mundo de los ensueños. Por si hubiera duda, la misma idea se nos repite como cierre en el último encuentro entre ambos, cuando Peter Pan rapta a la hija agradecida de Wendy para que le pueda realizar por siempre la limpieza de primavera, y cuando ella crezca, lo harán sus hijas, y después las hijas de ellas, “y así seguirán las cosas”.
Sólo de este modo comprendemos que el nombre de Wendy sea inventado, porque ella, y no Peter y su incapacidad para crecer, es el símbolo de la novela, el eje en torno al cual gira todo el mensaje romo del texto. Wendy condensa lo imposible, el deseo sublimado viril y heterosexual a partir del cual estructurar toda la masculinidad y el dominio social del hombre en un época, la victoriana, rígida y compartimentada como pocas: clasista, sexista y heteronormativa, tanto más que la nuestra, siquiera protegida por el frágil escudo de lo políticamente correcto y el disenso encauzado. Wendy, por tanto, representa de un modo cuasi arquetípico a la hermana, la esposa y la madre, la mujer, en definitiva, pura y victoriana, que debe permanecer inmutable para que el niño, el hermano, el hijo, el marido y el padre, el hombre victoriano, pueda mantener su hegemonía, carente no sólo de sutilezas, sino anclada por demás a una paradoja harto útil: la de un tiempo que viene marcado por el reinado, precisamente, de una mujer. Se trata, sobre todo, de un grito de auxilio: cuando Barrie estrena Peter Pan, la Reina Victoria llevaba tres años enterrada en el Mausoleo de Frogmore. De ahí la encarnizada territorialización que Barrie lleva a cabo con el personaje de Wendy.
Los cocodrilos no dan miedo
Excepto los primeros años de su infancia, Lewis Carroll vivió y murió bajo el reinado victoriano. Si Nunca Jamás es el país sublimado en el que los Niños Perdidos obtienen una sierva complacida que les remienda la ropa, les lava, les prepara la cama y adecenta la casa (que totaliza por delegación el trabajo afectivo y de cuidados), el País de las Maravillas se sitúa en su extremo opuesto, hasta el punto de que si al uno se llega volando, al otro se accede en caída libre. Si los Jardines de Kesington son la estructura, Nunca Jamás resulta su correlato ideal, donde cualquier peligro, ya sea un pirata manco o un cocodrilo minutero, pierden sustancia desde el momento en que Wendy, la hembra sobredeterminada, espera en casa.
Siguiendo la segunda estrella a la derecha no encontramos el país de Nunca Jamás; encontramos Buckingham Palace, el lugar a salvo de garfios, así vinieran del Capitán Swing o de los tejedores de Manchester. Nunca Jamás es el lugar del Siempre Eternamente, el país donde los niños no crecen, donde sus cuerpos permanecen inmutables… La primera prueba de Alicia al caer en el País de las Maravillas consiste en manipular su cuerpo, en acrecentarlo o menguarlo mediante la ingestión de brebajes y alimentos mágicos. Si Alicia quiere entrar en el País de las Maravillas tiene que empezar por cuestionarse los límites de su propio cuerpo, aprender en primera persona “qué es lo que puede un cuerpo”: Alicia, en sentido literal, encarna la máxima espinozista. Por si no fuera poco para una niña de su edad, la prueba siguiente consiste en cuestionarse su propia identidad, igualmente de manera explícita, pues debe responder a la preguntar sobre quién es. Sólo así, cuando Alicia experimenta con las posibilidades de su cuerpo, cuando descubre la falsa rigidez de su identidad, comienzan sus aventuras, sus nonsenses, que ya no serán tales.
Peter Pan es el cuerpo de líneas duras que Alicia abandona al caer por la madriguera. Nunca Jamás es la venganza de Barrie en nombre de la Reina muerta.
Las barcas languidecen en los estanques
Si Alicia no hubiera perseguido a su elegante conejo, Peter Pan nunca habría nacido. Una vez que lo entendemos así nos resulta más fácil comprender la obra de Barrie. Quiso devolver a su mundo el orden de una época a la que Alicia debería haber pertenecido de lleno, pero que con cada mordisco a la seta mágica hacía pedazos. Cometió un error implícito en su manera de concebir el drama de Peter Pan: el error de creer que su estructura de ficción frenaría el devenir del nuevo siglo, siquiera entre quienes más cerca tenía. Carroll había sido más modesto y por lo mismo más eficaz. Optó por la revolución molecular: su obra, de ese modo, llama a la movilización, no entendida en un sentido motor como subjetivo. Carroll nos invita a remar con él en el Támesis, mientras que la nave de Barrie nunca navegará más allá de los estrechos límites de un estanque artificial.
A la larga, si es cierto que la justicia puede ser poética, los versos de la realidad se torcieron para darle a cada uno la razón, pero de modo inverso. Así, cuando Barrie era apenas un adolescente, aquella Alice Lidell que inspirara el cuento, ya clásico por entonces, mantuvo un romance con el príncipe Leopoldo, el menor de los hijos de la Reina Victoria. Finalmente acabó esposada con un rico heredero y entrando de lleno en la rigidez de los corsés y la alta sociedad de la época: entró de lleno, antes de su creación, en Nunca Jamás.
La reacción de Carroll no deja de ser significativa: le pidió prestado el manuscrito original del cuento para publicar la edición facsímil. Alice Lidell, avant la lettre, era Wendy.
Eso lo tuvo que adivinar Barrie mientras concebía su personaje, y si durante años creyó relamer las frías miles de una venganza simbólica, con el tiempo se le acabarían por agriar. No podía imaginar que si Alice Lidell había regresado de la madriguera era sólo para hacer sitio a Peter Llewelyn Davies. Mientras dos de los hijos de la respetada esposa que ahora era Alice Hargreaves morían en la Gran Guerra, el también soldado Peter Llewelyn Davies escandalizaba a los suyos al mantener una relación con una mujer casada y 27 años mayor que él. La reacción de Barrie también es significativa: excluyó a Peter de su testamento.
Hoy sabemos que era Peter Llewelyn Davies quien debería haber viajado en aquella barca que el 4 de julio de 1862 navegaba de Oxford a Godstow. Era él quien debería haber accedido al mundo subterráneo que Carroll imaginó para una niña a la que, ya octogenaria, el propio Peter iba a conocer brevemente en Estados Unidos, cuando ella conmemoraba en la Universidad de Columbia el centenario del nacimiento del escritor. Tal vez así hubiera evitado aquello que en 1960 le impulsó a experimentar hasta las últimas consecuencias qué es lo que puede un cuerpo. Si Peter hubiera sido Alice quizás nunca se habría arrojado al paso de un convoy de metro. Habría mantenido inalcanzable la materialización de eso otro deseo sublimado de Peter Pan cuando, exhausto sobre una roca de la Laguna de las sirenas, exclamó: “Morir será una aventura impresionante”.
[Publicado originalmente en Quimera, 320-321, julio-agosto de 2010]
me ha gustado el entrelazado de los dos cuentos y de sus personajes y autores; da igual que esté apoyada en hechos ciertos, pues al final retrata un mundo pasado mejor que cualquiera de las crónicas de los historiadores